Portada  |  09 octubre 2019

"Yo, la reina del boliche": otra confesión con Mauro Szeta

Por las depresiones tiene cortes en las muñecas. Tiene 15 tatuajes y piercings. Su idea es tatuarse completa, cuando quiere dedicarse a ser tatuadora. Ahora dice estar arrepentida.

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Camila Ayelén Pérez, alias “Camberlaind” (26 años) fue condenada a cuatro años y nueve meses por venta de estupefacientes. Está detenida hace un año y nueve meses.

Nació en Avellaneda, al poco tiempo sus padres se mudaron a Villa Lugano y a sus nueve años se fueron a Francisco Alvarez en Moreno. Los padres se separaron cuando eran chicos, su papá era adicto y su madre trabajaba para mantenerla a ella y sus hermanos: fue cocinera, limpieza entre otras cosas. Su padre tras la separación desapareció de su vida.

Fue al colegio hasta noveno grado, repitió cinco veces. Dejó luego de quedar embarazada a los 19 años. A esa altura su madre ya había formado nueva pareja y ella tenía una muy mala relación con su padrastro, decidió irse de la casa y fue a vivir con la familia de su novio. Al poco tiempo se separó del padre de su hija.

“Hasta ahí no había delinquido nunca ni nada, ahí empecé a drogarme; a mi hija la dejaba con mi mamá y me iba siempre de joda. No conseguía laburo ni nada, estaba frustrada. Hasta que empecé a curtir la movida de la electrónica y veo que vendiendo pastillas podía hacer plata y así arranqué”, recuerda. A esa altura tomaba pastillas, alcohol y fumaba marihuana.

“Empecé a bajar planchas de ácido que me las pasaba un contacto que hacía eventos. Cada plancha me costaba 400 pesos, eran tiras de 25 unidades, y las vendía a 1600 pesos: cuatro veces más. Para esa altura yo ya me había dado vuelta con falopa varias veces”, cuenta.

Ella además de vender en las fiestas comenzó a organizar eventos, siempre permitió que en sus eventos vendieran droga otros dealers. “Es que está todo muy aceptado en la movida, así es en todos lados. Te soy sincera para mí no era algo malo, porque yo sentía que le ´activaba la nota´ a la gente. Yo andaba siempre muy bien arreglada, no me paraba la cana ni nada”, dice.

Con su novio, con quien comparte causa, tenía una relación muy tóxica. Vivía discutiendo y golpeándose; padeció violencia de género. El día que los detuvieron comenzaron a discutir en un colectivo en viaje a un evento. Ella comenzó a pegarle y decidió intervenir un policía de civil que iba como pasajero. “Él tenía todo regalado en la mochila y cuando cayó la policía quedamos los dos detenidos”, cuenta.

Por las depresiones tiene cortes en las muñecas. Tiene 15 tatuajes y piercings. Su idea es tatuarse completa, cuando salga quiere dedicarse a ser tatuadora.  Ahora dice estar arrepentida.

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