Portada  |  25 abril 2019

#ContratadoPorUnDía Roberto Funes Ugarte se prueba como carbonero

Completamente negros y sucios. Así, casi como si fueran una réplica del carbón vegetal que descargan y embolsan durante horas y horas, terminan cada día quienes se dedican a esta tarea poco conocida, pero sin la cual no existiría un clásico en la mesa de los argentinos: el asado.

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Y para hacer su propia experiencia, en una nueva entrega de Contratado por un día, Roberto Funes Ugarte quiso ser uno de ellos. El trabajo, que comienza a las 8 de la mañana y a veces se extiende por 10 horas, tiene varias etapas.

La primera consiste en descargar 28 toneladas de carbón que llegan en el acoplado de un camión. Después tienen que clasificarlo, cargarlo en una cinta transportadora y, por último, colocarlo en bolsas de distintos tamaños.

El mismo circuito se reinicia cada dos semanas, con la llegada de un nuevo camión. Es un trabajo que exige un gran esfuerzo físico -es mucho el peso que deben mover con la ayuda de palas y horquillas- pero que también encierra serios riesgos para la salud.

Es que, si bien utilizan barbijos, una porción de las partículas de carbón que están suspendidas en el aire va a parar a los pulmones. “Con los años, muchas veces esto deriva en una enfermedad llamada neumoniosis, que produce una disminución en la capacidad pulmonar y, en algunos casos, hasta la dependencia de una mochila de oxígeno”, explica el neumonólogo Oscar Rizzo, del Hospital María Ferrer.

Se los llama “carboneros”, aunque por la actividad que desempeñan están encuadrados dentro del Sindicato de Carga y Descarga. Perciben un sueldo básico de 16 mil pesos por mes y, además, cobran 50 centavos por cada bolsa que arman.

Por día, entre cuatro, hacen unas 1200 bolsas de carbón, que, en un 70 por ciento de los casos, proviene de Santiago del Estero o del Chaco, donde, con madera de quebracho blanco y mistol, se produce en pequeños hornos familiares y en condiciones muy precarias.

Cuando terminan su jornada se tienen que bañar para regresar a sus casas, porque quedan completamente impregnados por el polvillo del carbón. Y si no lo hacen, como alguna vez les sucedió por falta de agua, deben sufrir las miradas y a veces también los comentarios hirientes de la gente: “te miran como si fueras un monstruo”, cuenta Luis, uno de los peones que de lunes a viernes madrugada para ir a embolsar el carbón en Las Antenas, una distribuidora de Los Tronco del Talar.

También por eso es un trabajo muy sacrificado. Y Luis lo sabe y lo padece. Pero dice que prefiere hacer esto a “andar haciendo boludeses en la calle”, como muchos de sus familiares. Eso también lo sabe y lo padece: están todos presos por robo.

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