Portada  |  13 junio 2019

Contratado por un día: Roberto Funes Ugarte se prueba como fundidor

En todo el país hay 500 fundidoras de cobre, aluminio, bronce y el latón. Un trabajo tan artesanal como riesgoso. Mirá el informe completo.

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Su trabajo es de máximo riesgo. Están a centímetros del fuego y de hornos que derriten metales a más de 1000 grados de temperatura. Un simple error les puede costar carísimo. Así es la vida de los fundidores, un eslabón poco conocido, pero clave para muchos de los objetos que utilizamos en nuestra vida diaria.

Y en una nueva entrega de Contratado por un día, Roberto Funes Ugarte fue a hasta la localidad de Caseros para aceptar el desafío de ser uno de ellos en Natico, una empresa familiar, como las 500 del rubro que hay en todo el país.

Ahí, en hornos de 500 kilos funden cobre, aluminio y algunas aleaciones, como por ejemplo el bronce y el latón, que es una mezcla de cobre con zinc.

El trabajo es tan artesanal como riesgoso. Tanto que para quien no está acostumbrado da miedo realmente. Porque trabajan a centímetros de los hornos alimentados a gas y, con una especie de cuchara, primero deben quitar la escoria que se forma en la superficie del metal cuando, después de varias horas, pasa a estado líquido.

Después vuelcan ese metal líquido y al rojo vivo –a simple vista parece lava- en un recipiente desde el cual, en forma manual, lo van distribuyendo en distintos moldes para que tengan la forma de pequeños ladrillos.

Así, una vez que después de varias horas se enfría, los venden a grandes empresas que los utilizan para fabricar productos tan disímiles como autos, camiones, grifería y herramientas.

En todo el país hay 500 fundidoras, de las cuales el 40% está en la provincia de Buenos Aires, el 35% en Santa Fe, el 22% en Córdoba y un 3% en el resto del país.

Como son todas empresas familiares son pocos los trabajadores que tienen en su planta. En total hay 4 mil fundidores registrados en la Unión Obrera Metalúrgica y cobran un promedio de 25 mil pesos por mes.

El metal más requerido por la industria es, por lejos, el aluminio, que es el más liviano y el que necesita menor temperatura para pasar a estado líquido: 720 grados.

En el otro extremo se encuentra el acero, que funde a más de 1500 grados y le siguen el hierro, a 1500 y el cobre, a 1200.

En verano el ambiente es casi asfixiante. A tal punto que a cada rato deben darse una ducha y consumir cuatro litros de agua por día. Y además siempre está latente el peligro de que, ante un mal movimiento, ese metal líquido y a más de mil grados de temperatura caiga sobre el cuerpo de algunos de los operarios.

Rubén, un chaqueño que hace 18 años llegó a Buenos Aires en busca de un futuro mejor, tiene tatuadas en la piel las cicatrices que les dejó un accidente en el que se le derramó aluminio recién fundido. “Sentís como te va comiendo la carne”, cuenta.

El índice de accidentes mortales es elevado comparado con otras actividades y, además, están expuestos a la inhalación de gases, como el monóxido de carbono, que con el tiempo causa graves problemas a la salud.

Tanto es así que se pueden jubilar a los 60 años, 5 antes que el resto de los trabajadores, porque está catalogada como una actividad insalubre, más allá de las medidas de seguridad que se tomen.

Es que ellos no sólo funden metales todos los días. También, un poco su vida.

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