Portada  |  27 marzo 2019

"Yo trabajaba para robar": otra confesión con Mauro Szeta

Brian empezó a delinquir cuando tenía 16 años. Dice que siempre quiso "romper las reglas" y habla de la adrenalina que le provocaba robar.

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Es cierto que “ningún pibe nace chorro”. Pero a Brian, de 30 años, le faltó poco. Lo echaron del jardín de infantes y de dos colegios primarios porque aprovechaba a que todos se fueran al recreo para robar dinero y celulares de las carteras de las maestras, golosinas del quiosco y hasta útiles de las cartucheras de sus compañeros.

Y no proviene de una familia con graves carencias económicas. Se crió en Bosques, partido de Quilmes, en el seno de una familia, donde, al menos desde lo material, no faltaba nada. Tanto que siempre fue a colegios privados y sus hermanos son todos profesionales.

A los 16 años, ya sumergido en el delito –se dedicaba al robo de estéros que después vendía a 200 pesos cada uno- y en el consumo de todo tipo de drogas, les pidió a sus padres que lo internaran en una granja de rehabilitación.

Salió dos años después y empezó a trabajar en un estudio contable. Le iba bien y hasta tenía un buen sueldo. Pero quería más. “Y siempre me gustó romper las reglas”, reconoce ahora, rodeado de rejas en la Alcaidía N°3 de Melchor Romero, donde está preso por “tentativa de homicidio”.

Y entonces puso en marcha un nuevo método para robar. Su objetivo era entrar a casas desocupadas, lo que se conoce como “escruche”. Y para detectarlas se le ocurrió una idea. Empezó a trabajar como repartidor de volantes de una pizzería de la zona. Los dejaba en las puertas de las casas y unas horas después volvía a pasar. Si el volante seguía ahí, era una señal de que probablemente no hubiera nadie.

Pero para cerciorarse, tocaba timbre. Si salía alguien, se excusa era pedir un vaso de agua. Y si nadie atendía, veía de qué manera ingresar, junto a un cómplice, para robar dinero, joyas y todos los elementos de valor que encontrara.

Después, se especializó en asaltar a gente por la calle. Tenía la habilidad de seleccionar, en pocos segundos y con una rápida mirada, el blanco a atacar. “Enseguida veía qué reloj y qué ropa usaba. Soy un especialista en marcas. Ya con esa información sabía si tenía plata o no”, recuerda Brian.

Una vez elegida la víctima, la seguía, la abrazaba y la apuntaba con un arma de fuego para que le dieran la billetera, el celular y todos los objetos de valor que tuvieran.

También participó de muchos rally delictivos, donde en un rato podía robar varios comercios. Uno atrás de otro. Hizo tantos que no recuerda cuántos fueron. “Es como contar los pelos de la cabeza”, explica. Dice estar arrepentido y que si pudiera volver a la infancia “haría todo distinto”. Pero ya es tarde. El tiempo no para.

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