Portada  |  16 julio 2019

"Yo soy muy malo": otra confesión con Mauro Szeta

Está condenado por robo calificado y no se arrepiente de nada. "Cuando salga de acá voy a matar a un par que se quedaron con cosas mías".

Informes Especiales

Cristian Alejandro Grippo, más conocido como “Lulo”, tiene 26 años y está condenado a 5 años y 6 meses de prisión por doble robo calificado con el uso de arma. Lleva tres años detenido. Previamente tuvo una condena por secuestro extorsivo.

Nació en San Isidro, en la villa La Cava. El padre está preso, tiene cuatro homicidios en su haber, con una condena a 34 años de prisión; su madre trabaja como empleada administrativa en la municipalidad, pero lo abandonaron al año y medio de edad y fue adoptado por otra familia donde sufrió maltrato. Tiene nueve hermanos de su familia adoptiva. De su familia biológica, él fue el tercero. A sus dos hermanos sí los cuidaron, a él lo dejaron.

El padre adoptivo le ponía muchos límites y falleció cuando él era un nene. Fue en ese momento que su mundo se derrumbó. “A los 10 años me fui de la casa para empezar a tener lo mío”, cuenta. Se fue a vivir a la villa Cri Cri en Garín y comenzó a vivir junto a otros chicos de la misma edad que eran pibes chorros. Su primera arma la compró en la villa. Él fue el único de todos sus hermanos que se convirtió en delincuente.

Los chicos empezaron a crecer y de hurtos pasaron a robo a mano armada; luego supermercados, más tarde entraderas y finalmente comenzaron a secuestrar.
Dice haber sido el líder del grupo delictivo conocido mediáticamente como “La banda de la metra”. “Yo daba vueltas solo, llegaba a la casa y daba las indicaciones, a mí me gustaba ajustar”, recuerda. Salían a robar todos los días. “Una vez maté a un transa del barrio que me baleó la pierna, después que disparó fui al otro día y le di dos tiros en la cabeza”, dice sin ningún tipo de culpa.

“El primer secuestro fue después de una entradera, el tipo no tenía plata y lo llevamos a dar vueltas por varios lugares. Lo tuvimos cinco días, le decíamos que si no nos daba plata íbamos a matar a la mujer y a los hijos. Así y todo, el tipo no largaba la plata, recién al cuarto día nos la dio, mientras lo tuvimos secuestrado le pegamos bastante y yo le corté el dedo pulgar”, cuenta. Para esa altura en el aguantadero tenían un verdadero arsenal. En la villa se hacían respetar a los tiros, si alguien les disputaba el territorio Lulo iba y lo baleaba a sangre fría. “Una vez a uno que nos faltó el respeto le metí un tiro en la panza”, asegura.

En la cárcel siguió con métodos de violencia. “Como yo no tengo visita, yo acá vivo robándole a los otros presos, a mí no me interesa estudiar, yo lo que quiero es tener mi carnet de limpieza (llevar adelante el pabellón), y adonde llegaba me tenía que apuñalar con cuatro o cinco para sacarlos del pabellón y quedarme con el lugar. Llegaba, esperaba que se fueran los polis y arrancaba con la faca”, explica su forma de vida tras las rejas.

Tiene un tatuaje en el antebrazo que dice “Perdono, pero no olvido”. “A mí me traicionaron mucho, te soy sincero cuando salga de acá voy a matar a un par que se quedaron con cosas mías”, lo dice mientras abre grande los ojos como cada vez que cuenta alguno de sus delitos. No se arrepiente de nada, lo único que le duele es haber dejado sola a su hija y, por momentos, haber roto la relación con su familia.

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