Fernando Luis Valor, de 43 años, es el hijo menor del Gordo Valor. Nunca había delinquido, se dedicó desde chico a trabajar en lo que hoy es su oficio: panadería.
En el año 2014 quedó desempleado y al no poder conseguir trabajo empezó junto a su hermano, y compañero de causa, a vender marihuana en San Fernando. Al poco tiempo los detuvieron y hoy ambos cumplen condena.
Fernando asegura que la fama de su apellido le costó centenar de puestos de trabajo, varias veces le rescindían el contrato cuando asociaban que él era hijo de Valor, “cuando decía que era el hijo, se distanciaban de mí, hubo veces que conseguía trabajo y a los tres días me echaban”.
Casi todos los recuerdos que tiene del padre son de las visitas en la cárcel, asegura que Luis se enojó muchísimo con ellos cuando se enteró que habían sido detenidos por vender marihuana: en los viejos códigos de la delincuencia los vendedores de droga eran considerado marginales.
Fernando cuenta que al poco tiempo recompusieron la relación con el padre. El peso del apellido en la calle es inversamente proporcional cuando llegó a prisión, su nombre es respetado y nadie se mete con ellos.
“Muchas veces me paró la policía y me detenían por el apellido, a veces decía Rodriguez, que es mi apellido materno para que no me llevaran”. Tiene dos hermanos más chicos del segundo matrimonio de la madre.
Fernando, por la conflictiva vida familiar que tuvo no pudo terminar el colegio estando en libertad, lo terminó durante los cuatro años y medio que lleva de una condena de 6 años por venta de estupefacientes.
A Fernando Valor le falta el dedo pulgar de la mano derecha por un accidente con una máquina de la panadería donde trabajaba.
“Mi viejo nunca quiso que fuéramos delincuentes, nos enseñó lo contrario; mi hermana trabajó toda la vida y yo también hasta ahora, sólo mi hermano tuvo causas por robo”.
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