Portada  |  06 agosto 2019

"Yo me drogaba para robar y robaba para drogarme"

Fue condenado a 13 años de prisión por robo agravado y tenencia de armas. Dice estar arrepentido de la vida que eligió. Nuevo confesión en primera persona con Mauro Szeta.

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Cristian David Valdez Aquino, "El Narigón", tiene 47 años y está condenado por robo agravado y tenencia de armas a 13 años y seis meses de prisión. Lleva dos años y cinco meses detenido.

Nació en el barrio San Alberto en La Matanza y, al poco tiempo, sus padres decidieron mudarse a barrio “El Pantano” en Monte Grande. El padre era cocinero y la madre trabajaba como copera en un cabaret. Tiene cuatro hermanos, él es el más chico de los varones.

Hizo el primario, donde repitió, y a los 14 años dejó el colegio, a esa misma edad comenzó a delinquir. Comenzó robando estéreos con otros amigos del barrio. “En el barrio todos los pibes éramos chorros”, cuenta. A la misma edad empezó a drogarse con pastillas y anfetaminas. Un año después conseguiría su primera arma. “Le robábamos a los que estaban en la periferia del barrio”, dice.

Al poco tiempo empezaron a complejizar los métodos de robo y falsificaron documentos para poder manejar los remises truchos que robaban para hacer raides delictivos. “En 40 minutos llegamos a robar diez locales, eran todos los que estaban en una cuadra determinada; al remisero que le sacábamos el auto lo metíamos en el baúl”, cuenta.

El 3 de agosto de 1989, cuando tenía 17 años, mataron a su hermano en un ajuste de cuentas. Por la bronca, dice, salió a robar una parrilla, no se dieron cuenta que había en el lugar un policía de civil y se tirotearon para escapar; lo atraparon a las pocas cuadras. Esa fue la primera vez que cayó detenido.

En 2003, durante un robo como pirata del asfalto fueron a asaltar una camioneta entregada y todo se complicó: “Estábamos en una moto y los cruzamos en el supermercado, vimos al custodio y yo bajé para ajustarlo, lo agarré de la cintura y le puse la pistola en la panza, el tipo intentó resistirse y le metí un tiro; mi compañero lo remató en el suelo, era él o nosotros”, dice sin remordimientos.

“Los secuestros empezaron cuando era más grande, secuestré mucha gente en la modalidad exprés; nosotros siempre tratábamos bien al secuestrado”, recuerda. Después de los secuestros, cayó detenido y estuvo unos años preso, hasta que salió en libertad y decidió modificar su forma delictiva: los objetivos fueron los transas y narcos.

“Yo sabía que mi cabeza tenía precio, no dormía porque “delincuente dormido es delincuente abatido”, dice. Uno de esos narcos contrató un grupo de sicarios para matarlo, fueron al barrio El Pantano a buscarlo. “Los vi entrar al barrio y yo tenía encima dos fierros, cuando me vieron empezaron a dispararme, uno de los tiros me dio en un pulmón y me salió por la espalda”, recuerda.

La causa por la que está ahora es una entradera que no les salió como esperaban, los agarraron saliendo de la casa en Ezeiza. “Fue un robo exprés, vimos que el tipo estaba regalado y nos metimos; era poca guita: 20mil, 30mil pesos; nadie va robar por esa plata, fue al voleo”, cuenta.

En la cárcel tiene un largo historial de peleas, es un preso conocido. Hoy en día tiene una colostomía producto de complicaciones por apuñaladas de faca recibidas. Dice estar arrepentido de la vida que eligió. Tiene cinco hijos y cuatro nietos.

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