Portada  |  12 junio 2019

"Yo le robaba al que me daba trabajo": otra confesión con Mauro Szeta

Una historia de abandono, carencias y delito. Tamara Caballero Piñeiro tiene 23 años. Cumple una condena de cuatro años y seis meses por robo calificado y en este capítulo le cuenta a Mauro Szeta su pasado.

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“La rubiecita” le dicen a Tamara, quien lleva detenida tres años. Vivió toda su vida en el barrio Las Antenas de Lomas del Mirador, partido de La Matanza. Su padre se fue con una amante y abandonó a la familia cuando ella tenía 12 años. La madre entró en un cuadro depresivo por el cual intentó suicidarse, “yo tuve que volverme grande y hacerme cargo de mis cuatro hermanitos”, recuerda.

Tamara a los 14 años quedó embarazada, para esa altura trabajaba en locales de celular o zapatillas para mantener a su familia. La madre se volvió alcohólica y desapareció. La rubiecita trabajaba todo el día para llevar plata a la casa, nada alcanzaba.

La situación de marginalidad en la que vivía se extendía al resto de sus familiares, a su primo hermano lo mataron en la puerta de su casa. Estando en el velatorio, Tamara descubre que su hermana era adicta al paco cuando le pidió que la acompañara a darse un “pipazo” al baño. “A mí eso me mató, pero igual tuve la necesidad de probar; me dio y después me dio un rivotril y ahí me perdí”, cuenta. Su hijo quedó al cuidado de la abuela paterna.

Comenzó a robar sin ninguna planificación, en su trabajo le habían dado un gas pimienta para que pudiera defenderse ante una situación de peligro, ella decidió ser el peligro y utilizaba el gas para atacar a sus víctimas y robarles, así empezó a asaltar a todo el que se le cruzara. También hurtaba lo que podía en su propio trabajo.

"La rubiecita" al poco tiempo empezó a delinquir con un grupo de chicos de Puerta de Hierro, “yo les decía que para ellos era un hombre más, que no me trataran como una minita”, recuerda. Cuando Tamara cumplió 16 años, su madre volvió a la casa e intentó internarla en un centro de rehabilitación, ella se escapó. “Cuando mi vieja volvió a casa, se encontró con otra Tamara, yo ya no era la hija responsable que dejó, era "La rubiecita" y no me importaba nada”, dice con rencor.

“Cuando me escapé, me fui a comprarle droga a un peruano detrás del Mercado Central, me quiso violar y como no me dejé me dio un tiro en la panza que me atravesó de lado a lado. Empecé a tambalear y el tipo me empujó a la calle y me dejó ahí tirada, la gente pasaba y nadie me ayudaba, hasta que mis amigos me vieron y me rescataron. Estuve 23 días en coma”, cuenta.

Recuerda que lo peor que hizo en su historia delictiva fue atar a una persona y torturarla. “Lo atamos, lo cagamos a piñas y yo lo quemaba con la pipa. El tipo había entrado a Puerta de Hierro a comprar droga y como no lo conocíamos pensamos que era un poli, por eso lo atamos. Le pegábamos y lo hacíamos fumar paco para ver si realmente era consumidor o era un rati. Lo tuvimos cuatro horas y él pedía por favor, lo dejamos ir”, dice sin ningún tipo de remordimiento.

“Yo no le tenía miedo a nada, la droga te hace una persona sin sentimientos. Hacíamos giras de una hora robando a todos los que estaban regalados, con la plata volvíamos a comprar droga. Así pasaban los días”, asegura. Estuvo detenida en comisaría siendo menor por robo automotor, pero quedó libre a las horas. Hoy en día dice estar arrepentida y quiere pedirle perdón a su hijo.
 

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