Portada  |  21 agosto 2019

Yo, "La Tucu"

Hoy te presentamos la historia de Elsa Andrea Sala alias “La Rubia”. Tiene 47 años y fue condenada a seis años por tenencia de estupefacientes con fines de comercialización y tenencia de arma a de guerra. Lleva detenida 5 años y 9 meses.

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"La Rubia" es tucumana, de la localidad de Aguilares, su padre trabajaba en un ingenio y su madre cuidaba a ella y sus 12 hermanos. Ella es una de las más chicas. Ella y uno de sus hermanos fueron los únicos que delinquieron y estuvieron en prisión.

"A los 14 años empecé a robar, lo tomaba como una aventura", cuenta. Comenzó haciendo escruches en supermercados. "Entraba por el ventiluz, paraba el ventilador con un palo y me metía por ahí, después habría la cortina y entraban los demás", recuerda.

A esa edad ya había abandonado el colegio, un año después conoció al que sería el padre de cinco de sus seis hijos y quedó embarazada de su primera hija. Su pareja la empezó a golpear y la obligaba a prostituirse desde sus 18 años. Ella sufría en soledad. Embarazada de su segundo hijo vinieron a Buenos Aires, estuvieron de casa en casa hasta que terminaron instalándose en Villa Tranquila, en la casa de la hermana. Trabajó un tiempo como empleada doméstica, pero luego volvió a delinquir. Años después se fueron a vivir al barrio El Olivo.

"Robábamos supermercados Dia y Coto, entrábamos los seis que éramos en la banda y nos escondíamos detrás de las heladeras hasta que cerraban, el que nos tiraba la data de que había plata ese día nos la pasaba el vigilador del lugar. Una vez que cerraban el local, nosotros los ajustábamos. Nos hemos llegado a llevar plata como para que cada uno de los de la banda se comprara una casa”, cuenta con orgullo.

Ella era la única mujer de la banda. “A los empleados del local le poníamos precinto o los atábamos, si alguno se hacía el loco le dábamos un fierrazo”.

Ya estuvo en prisión por otras causas, “en la cárcel tenés que hacerte respetar, yo me gané el respeto peleando; a mí me quisieron robar las zapatillas, las presas más viejas te mandan dos o tres gilas para medirte y yo las fajaba. Yo tengo que salir de la cárcel como entré: con dos brazos y dos piernas, vi compañeras que en peleas perdieron un ojo. A mí nadie se me anima casi ninguna, yo pinché compañeras y les robaba a otras internas también, la necesidad te termina llevando a hacerlo. Ahora estoy más tranquila, pero en la mayoría de las cárceles no me quieren recibir”, relata.

Actualmente está detenida por venta de drogas en la Unidad 54 de Varela, “yo comencé a vender droga en el barrio una vez que salí de estar en cana; en mi territorio no se metía nadie. Atrás de esto había arreglo tras arreglo, los mismos narcos que me bajaban la falopa me ponían la protección. Yo tenía 20 pibitos laburando para mí en el barrio. Los pibes me tenían tanto respeto que no me mejicaneaban, un par intentaron robarme pero fui y les di un par de cañazos”, asegura.

Elsa tiene tres meses para salir en libertad y no vive en pabellones, sino en las casitas que están dentro de la prisión; un régimen que le otorgan a los internos e internas que están a punto de cumplir condena. Dice estar arrepentida de su vida pasada. Dos de sus seis hijos están detenidos en penales de Florencio Varela.

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