Están en el frente de batalla, en el sentido literal del término. El contacto más estrecho con los pacientes COVID positivo lo tienen ellos. Y crece el número de enfermeros fallecidos, víctimas de las “balas” disparadas por un virus fortalecido.
Son aplaudidos como soldados héroes en medio de una guerra, y lo agradecen. Pero acaso eso no sea suficiente para valorarlos verdaderamente. Su salario no alcanza, no son tratados como profesionales de la salud, los insumos para cuidarse del virus escasean y la preocupación crece. Muchos viven con sus familias, con el temor incesante de contagiar a los suyos. Otros se alejaron de sus seres queridos y están solos, con una inmensa necesidad de contención.
Pero el orgullo abunda, la vocación resiste. Ninguno de ellos querría dedicarse a otra profesión. Aman lo que hacen, y vaya que lo hacen notar. Lorena, por ejemplo, cuenta cómo le canta a sus pacientes en terapia intensiva, convencida de que pueden oírla. Varios la reconocen luego por la calle y le agradecen. Juan Carlos tiene presente que salvar una persona significa salvar a un mundo entero. Pero eso no quiere decir que no indignen los descuidos. Susana lamenta escuchar que la gente se reúne o actúa con irresponsabilidad, porque sabe que luego los deberá recibir en su guardia médica.
Todos son conscientes de la posibilidad de contagiarse. Lorena, por ejemplo, cuando empezó la pandemia se despidió de sus hijos y les pidió que cuiden bien a su padre. Christian llegó a contagiarse junto a su mujer, temió por su vida.
Como ciudadanos, solemos decir repetidamente que los enfermeros son esenciales. Pero ¿cuánto los valoramos? ¿Los cuidamos como ellos nos cuidarían en una situación de vulnerabilidad? ¿Les agradecemos lo suficiente? Quizá sea momento de concientizarnos sobre la importancia de nuestros enfermeros. Entender realmente que no son considerados como deberían serlo. Porque un soldado desarmado difícilmente gane una guerra, por más aplausos que reciba.
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