Portada  |  06 agosto 2018

"Pasa de Noche": la odisea de mujeres que viajan horas para visitar a sus familiares detenidos

Un recorrido lleno de emociones y sacrificios, que muchas de ellas repiten desde hace años. Informe especial.

Informes Especiales

Son sesenta mujeres que se reúnen todos los sábados a la noche en el cruce del Acceso Oeste y la Ruta 23, en Moreno. No van a una fiesta. Tampoco a bailar a una disco. Esperan la salida de “el tumbero”, como le dicen al micro en el que viajan para concretar eso que tanto ansían durante la semana: reencontrarse con sus familiares presos en la cárcel de Junín.

La cámara de Pasa de Noche las acompañó en este recorrido lleno de emociones y sacrificios, que muchas de ellas repiten desde hace años, en un interminable peregrinar por diferentes unidades penitenciarias del país.

Que sean todas mujeres, algunas acompañadas por chicos, tiene una explicación: casi no hay hombres que vayan de visita a las cárceles.  “Nosotras tenemos más aguante para estas situaciones –sostiene Florencia-. Incluso si vas a una cárcel de mujeres no se ven hombres en la visita. La mayoría son madres, hermanas y amigas”, agrega.

El ritual de cada sábado empieza varias horas antes de la partida, cuando preparan el “bagayo”, los bolsos donde llevan alimentos, cigarrillos, ropa y productos de higiene para la persona que está detenida. “Es que la comida de la cárcel es malísima”, cuenta Andrea mientras guarda sus cosas en un día muy especial para ella. Después de años, llevará al penal a sus dos hijas de cuatro y cinco años.

El viaje en micro, que dura casi cuatro horas porque en el camino hay varias paradas para que suban otras pasajeras, es una suerte de catarsis colectiva, donde novias, madres, hermanas y amigas comparten sus angustias y también sus alegrías por el reencuentro que se avecina.

La ansiedad es tal que una hora antes de llegar a Junín muchas se levantan de sus asientos para quedarse paradas frente a la puerta del micro. Así, casi inmóviles, esperarán hasta que el chofer estacione a metros del penal y la abra. Entonces saldrán corriendo hacia la entrada de alguna de las dos cárceles que conforman la unidad penitenciaria de Junín: la 49 y la 13.

La más desesperada es Flavia, que viene a ver a su novio de 19 años. Como si fuera una maratón, corre hasta sacarle varios cuerpos de ventaja a sus competidoras. La meta es una estrecha puerta de alambre ubicada a un costado de la entrada principal.

Ella llega primera, pero no es la primera. Colgado del alambre la recibe un trozo de cartón donde alguien escribió con un fibrón los nombres de 14 chicas que están durmiendo en una carpa ubicada a pocos metros y que, según dicen, mandó a instalar Luis El Gordo Valor cuando estaba preso. Con ese cartel improvisado ya dejaron reservado su lugar. Son leyes no escritas, pero que en el mundo “tumbero” se respetan a rajatabla.

Todavía faltan cinco horas para el ingreso. Eso no la desalienta a Flavia. Tampoco el frío y la lluvia. Detrás de ella llegan corriendo las otras. Todas forman una fila y, salvo para ir a buscar los “bagayos” que dejaron en el micro, permanecerán ahí hasta las 7 de la mañana, cuando la puerta por fin se abra.

No será la última. Deberán atravesar muchas otras –con requisas incluidas- hasta abrazarse con novios, maridos, hijos, hermanos y amigos. Todo en medio de un laberinto de rejas y barrotes. Es que ellas también, de algún modo, están presas.

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