Aunque no hay estadísticas oficiales que permitan comparar los datos actuales con lo que sucedía antes de la pandemia, en septiembre pasado Migraciones contabilizó 2264 personas que viajaron al exterior con la intención de radicarse.
Europa, sobre todo España e Italia, es, como sucede históricamente, el destino más elegido para empezar de nuevo.
Nicolás y Cindy son un ejemplo de eso. Pensando en el futuro de su beba de un año decidieron probar suerte en Valencia. “Yo trabajaba en el área de sistemas de una empresa multinacional y decidimos irnos a pelearla. Voy sin nada, a buscar lo que sea”, cuenta Nicolás con los ojos nublados por la emoción de despedirse de su familia.
Elisabeth y Romina, dos amigas de Quilmes, también se van a España, pero en su caso a Madrid. “Si me quedaba alguna duda me la terminé de sacar el viernes -cuenta Romina-. Nos entraron a robar a nuestra casa. Por suerte no se llevaron las valijas que ya teníamos listas para el viaje”.
Pero no siempre apostar a una nueva vida en el exterior es un cuento con final feliz. El desarraigo, la distancia con la familia o la dificultad para adaptarse a otra cultura son todo un desafío que muchos no logran superar.
Es lo que le sucedió a Guillermo, quien en plena crisis del 2001 se fue a España. Ocho años después decidió volver y todavía elige quedarse. “Es que por más que tuviera trabajo, siempre me sentí un sapo de otro pozo allá”, cuenta.
Claro que también están los que se fueron y no piensan volver. En definitiva, hay tantas historias como migrantes. Cada uno escribe la suya. Pero todas empiezan igual: con el dolor por el destierro y la esperanza de un futuro mejor.
Texto: Pablo Kuperszmit
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