Portada  |  14 septiembre 2018

"He vivido": el amor a toda edad

Vivieron con plenitud y cuentan sus secretos en un nuevo informe de Erica Fontana.

Informes Especiales

LA HISTORIA DE SEBASTIÁN Y ANA 
Hace más de 50 años que están juntos y los dos se criaron en el barrio de Once. El padre de Sebastián era amigo del padre de Anita, ambos eran militantes peronistas. Sebastián y el padre de Anita fueron a pegar carteles pidiendo en retorno de Perón durante la proscripción y al estar prohibido los dos quedaron detenidos.

Charlando en la celda, el padre de Ana le cuenta a Sebastián sobre su hija, cuatro años menor que Sebastián, y él quiso conocerla. Cuando Sebastián conoció Ana quedó obnubilado por la belleza de ella y no paró hasta conquistarla. Él tenía 19 años y ella 15. Estuvieron cinco años de novios y se casaron. Tuvieron tres hijos, que iban a todos lados junto a ellos: Anita además fue presidenta de la cooperadora escolar de la escuela pública a la que los enviaron.

Sebastián trabajaba en una fábrica de quesos muy conocida de la época. Al tiempo decidieron poner su propia fiambrería. Ella la atendía a la mañana y él volvía del trabajo a la tarde y seguía con su negocio hasta que pudo dejar la fábrica y dedicarse de lleno a su local.

Durante los años en que el peronismo estuvo proscripto, Sebastián dejó la militancia de lado y dedicó su vida a la fiambrería. El negocio lo tuvieron durante 27 años, hasta que con la democracia empezaron a llegar a la Argentina las grandes cadenas de supermercados y terminó rindiendo más alquilar el local y vivir de la renta que sostener la fiambrería.

En 1983, Sebastián decidió comprarse una casita rodante que usó como Unidad Básica móvil, dice que fue la primera en la historia, y volvió a militar por los barrios; él nunca fue de ninguna agrupación partidaria dentro del peronismo y sigue creyendo que no importan las ideologías sino la asistencia. Además, unos vecinos le prestaron un primer piso de una casa para que ellos pusieron un merendero, donde cuidaban a los chicos que tomaban la leche y hacían los deberes.

Anita siempre acompañó a Sebastián en sus aventuras, a veces se sorprendía y la descolocaba, pero sabía que la vocación por la asistencia social de Sebastián era el motor de su vida. En 1994, con una poquita plata que tenían ahorrada decidieron mudarse a un lugar más grande, sin embargo, la sorpresa de Anita fue grande cuando Sebastián le mostró la casa desvencijada que había comprado en el barrio de la Abasto. Ella no entendía por qué había comprado esa casa inhabitable, él le dijo que allí armarían un Centro de Jubilados que conservan hasta la actualidad. “Él es un petardo, nunca sabés para donde va a saltar”, dice ella con una sonrisa.

Durante el menemismo fue asesor del diputado Varela Cid y también fue el nexo con los países asiáticos en la comisión de Alberto Pierri. Cuenta que un par de veces fue a la Quinta de Olivos con Varela Cid a jugar al tenis con Menem y también le llegó a prestar un auto de colección “Ford A“ que era del abuelo de él para que el expresidente lo manejara, en una de esas ocasiones Sebastián con mucho respeto cuestionó la política de desmantelamiento ferroviario y Menem lo paró: “¿querés ser el presidente?”, le dijo notablemente ofuscado.

“Si bien yo soy peronista, todos lo saben, acá viene gente de todas las ideologías y todos son aceptados. Acá no se habla de política, ni enfermedades, ni religión; acá se viene a hacer un grupo de amigos y pasar un lindo rato”, dice él sobre el concepto del centro de jubilados. Sebastián y Ana recorren las plazas del barrio invitando a los abuelos que están solos a que vayan a pasar el tiempo con ellos en el Centro.

Sebastián todos los días está pensando cosas nuevas para hacer en el centro y llegó a buscar artistas en el subte para hacer shows en el lugar. Aman el centro de jubilados que hicieron y lo cuidan como un hijo más.

DELIA BAREÑO 
Nació en el barrio porteño de San Cristóbal, su padre era uruguayo y su madre argentina. Su padre llegó al país cuando tenía 20 años y empezó a trabajar para una familia dueña de bodegas como chofer, su madre trabajaba en una fábrica de plásticos.

Delia fue la segunda hija del matrimonio, la menor y “nena de papá”, cuenta con lágrimas en los ojos. Recuerda una infancia muy humilde, pero feliz con los suyos. Hizo la escuela primaria en el Instituto Bernasconi. En el colegio no la pasó bien, al ser miope debía usar anteojos de marco muy grueso y sufría bullyng.

Cuando era adolescente sus padres se separaron: su madre se enamoró de otro hombre y abandonó al padre. Ser hija de padres separados en esa época era considerado un horror, la segregación en el colegio fue mayor. La madre se fue de la casa con ella y su hermana y formó hogar con su nueva pareja, el padre se quedó solo en la casa familiar, pero estuvo siempre muy presente en la crianza de sus hijas. Su padre nunca más estuvo con otra mujer y asegura que vivió para sus hijas.

Delia desde los 14 años comenzó a trabajar pegando sobres en un negocio de impermeables, a la semana lo abandonó por el maltrato laboral que padecían los empleados. Y trabajó de muchas cosas más durante su adolescencia. Toda su vida trabajó: “Hice de todo buscando el peso, creo que volqué todos los problemas familiares en el trabajo, llegué a tener tres trabajos en simultáneo: era administrativa, acompañante contable y asistía en una ferretería con la facturación".

Se mudó muchísimas veces a lo largo de la vida y dice conocer cada rincón de Buenos Aires. A los 25 años conoció Carlos en un viaje a Carmelo y se enamoró profundamente, él era casado y tenía una hija, pero decidió terminar con su matrimonio para estar junto a ella. Nunca se casaron, estuvieron 30 años en concubinato y tuvieron dos hijos que a su vez le dieron dos nietas. Con la hija de él se llevó siempre muy bien. Carlos puso una empresa de personal temporario donde ella también trabajaba.

La relación terminó hace 22 año atrás cuando descubrió que Carlos estaba con otra mujer. “Me daba cuenta por el olor a perfume impregnado que traía y las ausencias que dada vez eran más grandes”. Desde que se separó dice haber tenido una nueva vida donde ella se transformó en protagonista. “A los 60 años me separé y al principio me angustió saber que no iba a tener más un otro donde apoyarme, conocí otros hombres pero ninguna relación prosperó, yo amaba ir a bailar jazz y pensaba que no iba a volver a hacerlo y de casualidad me crucé con un lugar donde enseñaban a bailar tango y me metí”. Desde ese día su vida dio un vuelco, bailando tango se le abrió una puerta al mundo, conoció mucha gente entre las que destaca a su amiga que es piloto de Air France y la lleva a Europa cada vez que vuela a hacia la Argentina. “Yo tengo muchas amistades jóvenes, ellos dan vida”. Hoy en día en su casa recibe huéspedes relacionados con el mundo del tango.

Además de su vida con el tango, decidió ocupar su tiempo como voluntaria del PAMI, está en la parte social asistiendo a otros abuelos que la necesitan. Tres días a la semana también asiste a un centro de jubilados llamado “Ciudad de Buenos Aires” del barrio del Abasto donde conoció muchísima gente. Asegura que sólo existe una manera de vivir, “creciendo desde adentro”.

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