Portada  |  02 octubre 2018

Enfermos de salud: epidemia de cesáreas

Soledad Ferrari es la autora de una extensa investigación que demuestra el negocio millonario que existe detrás de la salud. Algo que muchas veces en lugar de curarnos, nos enferma. En este informe te mostramos un capítulo más que preocupante alrededor de los nacimientos y la cantidad de cesáreas que se realizan en nuestro país.

Informes Especiales

Los números se convierten en una realidad perturbadora sobre todo para las madres primerizas: el sistema de salud hace que una mayoría de los nacimientos se realice en la semana 38 de gestación, el bebé puede nacer hasta la semana 42 sin problemas. Este número permite inferir que el sistema de salud está programando mayor cantidad de cesáreas e inducciones de las médicamente justificables y muy por debajo de las semanas de gestación recomendadas.

Un dato que se confirma y recrudece si tenemos en cuenta que la media de la semana de gestación para cesáreas programadas es de 38.4 y en caso de inducciones 38.8. Este es uno de los resultados que arrojó un estudio del Observatorio de Violencia Obstétrica de Argentina (OVO), una iniciativa impulsada por la agrupación Las Casildas.

Desde octubre de 2015 y con el fin de generar acciones que visibilicen el panorama real de la atención perinatal en Argentina, el OVO trabaja en la construcción de propuestas que permitan abordar esta problemática. El informe se realizó sobre una base de 4939 nacimientos reportados, de los cuales el 50.4 por ciento sucedieron en una institución privada, 27,9 por ciento en institución pública, 17 por ciento en instituciones de obras sociales y un 3 por ciento en el domicilio de la persona gestante.

Se encontró un alto índice del maltrato verbal, situación que afecta negativamente al trabajo de parto, parto y recuperación de la madre, pero también al recién nacido y se detectaron varias formas de manipulación y de descalificación del tipo “le estás haciendo mal a tu bebé”. A 3.3 de cada 10 mujeres les hicieron sentir que ella o su bebé corrían peligro. Este hecho suele ser una forma usual, que ejerce el personal sanitario para que la persona gestante acepte sin cuestionar ni preguntar sobre las prácticas médicas que le son impuestas.

La clásica y tan de desafortunada frase “bien que te gustó”, la expresan tanto hombres como mujeres a la parturienta en pleno trabajo de parto. Además 5.4 de cada 10 mujeres no se sintieron contenidas ni pudieron expresar sus miedos; 2.5 de cada 10 mujeres fueron criticadas por expresar sus emociones durante el trabajo de parto y parto 2.7 de cada 10 mujeres recibieron comentarios irónicos o agresivos.

Dentro de un proceso de tal magnitud emocional y psicológica, que la persona gestante no encuentre espacio de contención no sólo afecta el proceso a nivel fisiológico saludable, sino que entorpece su vínculo con su bebé.

Una gran cantidad de mujeres relataron sus experiencias de parto como una pesadilla, aludiendo a ellas incluso como “el peor día de mi vida” o “sólo quería que se terminara”, pero no en relación con la experiencia de dolor o intensidad atravesada, sino al ambiente inhóspito que las rodeaba.

El estudio da cuenta de que aquellas que tuvieron libertad de movimiento durante el trabajo de parto, solo 1,4 de cada 10 mujeres terminaron en cesárea; 0,2 necesitaron fórceps y 6.6 mujeres de cada 10 tuvo parto. Otra práctica que no debería realizarse, incluso la desaconsejó la OMS por su peligrosidad es la maniobra Kristeller[1], una técnica que consiste en empujar con la mano el vientre de la mujer o que un profesional o quien esté disponible (inclusive puede ser el acompañante de la parturienta) se sube completamente sobre esta.

Entonces, ¿es real que los argentinos logramos avanzar en materia de derechos humanos? Porque, los básicos, los que se relacionan con los de la mujer durante el embarazo y los del bebé durante el nacimiento suelen ser ignorados.

El maltrato comienza con la primera imposición, la de acostarse en una camilla con una vía fija al suero. En ese momento la mujer gestante deja de ser autónoma para convertirse en un objeto de intervención, el acceso al campo según los profesionales. A partir de aquí devienen riesgos absolutamente innecesarios con su catarata de intervenciones para “subsanarlos”; el bebé no desciende del canal de parto, se ralentiza el proceso de parto, el periné sufre mayor compresión y esfuerzo en su zona posterior, se presionan los grandes vasos sanguíneos maternos poniendo en riesgo la correcta oxigenación del niño, lo que aumenta las posibilidades de sufrimiento fetal, por citar solo algunos. ¿El resultado?: episiotomías, desgarros, utilización de oxitocina para apurar los “tiempos y efectividad” del trabajo de parto, colocación de epidural, fórceps, kristellers, cesáreas, prácticas invasivas y hasta en casos extremos, reanimación del bebé por nacer de esta manera.

En función de la comodidad y practicidad del personal de salud, se pone en riesgo, valga la contradicción, la salud de la madre y la de su hijo. El sistema médico hegemónico paternalista despoja a la embarazada de su capacidad de elegir, sumiéndola en un estado de subordinación, donde la única opción posible es la obediencia ciega en la cual la cesárea aparece supuestamente como la solución que protegerá la vida del bebé.

Acaso, ellos, los médicos, los que saben, ¿se han olvidado de las ventajas de tener un parto natural, de las consecuencias de una cesárea? No pueden desconocerlas, hay sobrada evidencia de esto. El informe realizado por OVO es muy claro al respecto: “Esperar el inicio de un trabajo de parto es sumamente beneficioso ya que las contracciones adelgazan el segmento inferior (donde se hace la incisión) y, en consecuencia, la recuperación es más rápida; el trabajo de parto libera hormonas que impregnan al bebé y lo preparan para su vida fuera del útero; las contracciones disminuyen la posibilidad de que el bebé tenga los problemas respiratorios que padecen muchos bebés nacidos por cesárea (no solamente tras el nacimiento, sino toda su infancia); las mujeres que experimentan trabajo de parto tienen una incidencia menor de depresión post parto; las contracciones estimulan a la oxitocina conocida como la hormona del amor que prepara a la madre para establecer un intenso vínculo amoroso con su bebé que la predispone a hacer todo por su bienestar. Por otra parte, también genera endorfinas —producto del trabajo físico—, que la relajan y la ayudan a hacer frente a todo lo que queda en las horas posparto y en lo sucesivo”. El hecho de someterse a una cirugía mayor es por supuesto un gasto físico, pero es pasivo y las endorfinas vienen como premio por el gasto activo. Entonces, no hay mucho que pensar, al margen de que tener un parto mejora el aporte de oxígeno a la placenta, al bebé y hace que el recién nacido arroje todo el líquido del pulmón, entre otros beneficios.

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