Portada  |  17 abril 2019

Lobo, el perro que se escapa cada día, pasea por el barrio, viaja en colectivo y vuelve a dormir a la casa

"Todos los días me llega un mensaje o un video de Lobo haciendo algo", afirmó la dueña, quien contó: "el otro día se metió en el jardín de infantes y les comió las galletas a los chicos".

Curiosidades

La historia de Lobo es así: el Lobo original era un perro negro, malo como la noche, no de escaparse por las calles del Próspero Mena, en Tafí Viejo, pero sí de pelearse con los otros perros del barrio, ladrándose de lejos, después de cerca, cada vez más de cerca, olfateándose unos a otros, sacando los colmillos afilados, cayéndole la baba por las encías, el primer tarascón, el primer quejido, otro tarascón, mordida, tarascón y el final de Lobo: “Le peleó al perro de al lado y mi vecino lo envenenó. Cuando falleció el Lobo negro, llegó el Lobo blanco”.

La dueña de Lobo recuerda el trágico desenlace de su mascota anterior: “A este Lobo me lo ha regalado un amigo, Iván Ríos. Cuando me lo dio, pensamos que iba a ser chiquitito. No sabemos qué raza es, pero debe ser cruza de algún perro de raza buena y otro callejero, porque es un perro lindo. El problema es que se nos escapa desde los tres meses y desde hace un tiempo empezó a andar en colectivo todo el día y recién vuelve a las noches a dormir. Todos los días me llega un mensaje o un video de Lobo haciendo algo”.

Cuenta la dueña que la primera vez que Lobo se escapó del dúplex donde vive, fue después de que lo sacaran a la vereda a hacer sus cosas en el árbol y cuando lo llamaron para que entrara ya no quiso saber nada y se escapó: “A la noche nos suben una foto en el face contando que andaba dando vuelta un perro blanco con un collar: era él”, relata la joven que se sonroja y se resigna de vez en cuando con el espíritu aventurero de su perro, que ya de chico la corría a su dueña cuando ella tomaba el 130 para atender un local de ropa en la 24 de Septiembre. Pero hasta ahí llegaba el envión de Lobo, hasta que el 130 se perdía en el horizonte. Ahora, eso también cambió.

“La primera vez que Lobo se subió a algo fue a una moto: parece que un chico le hizo cariños y el perro se subió y dio unas vueltas en la moto. Pero el perro empezó a crecer y ahora es grande. Y le empezaron a gustar los colectivos”, se ríe cuando cuenta que a Lobo algunos ya lo llaman El Perro del 130, o El Perro del 131: “Sube en la parada de Capo aquí en el Próspero Mena, el colectivero le da toda la vuelta, y lo deja en Capo de nuevo. Él sigue todo el viaje sin molestar a nadie. Es muy buenito, es muy cariñoso. Nadie sabe qué hacer con él, quizás los choferes no se animan a sacarlo porque es grandote. Y los chicos juegan con él. Lo dejan que se siente al lado de ellos y así viaja”.

Martes a la noche, son las diez de la noche, Lobo todavía no ha vuelto a su casa y las variables son muchas: “No tiene la Ciudadana pero viaja todo el día en colectivos. A veces se baja en la parada de la Municipalidad. Los municipales se lo quieren quedar pero todas las noches el perro vuelve a mi casa y duerme con nosotros. Otras veces se baja en la parada de la escuela Fray. Se sube a los pupitres y el otro día se metió en el jardín de infantes y les ha comido las galletas a los chicos”.

Y hay noches, quizás como las de hoy, que Lobo va más allá y se baja en el último colectivo cerca de Talleres, en la avenida Sáenz Peña: "El otro día me mandaron un video, otro día una foto, el perro todas las noches viene y nunca viaja más allá de las calles de Tafí. Quizás cuando crezca se anime a conocer la Ciudad, acompañarme al trabajo, no sé, con Lobo nunca se sabe. La verdad que con él, nunca se sabe”.

Fuente: El Tucumano

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