Portada  |  08 junio 2020

¿Hay racismo en Argentina?: la mirada de un activista afroargentino

“Subestimar el racismo antinegro local supone no solo un error de cálculo político, sino un verdadero riesgo para nuestro sistema democrático”, dice el politólogo y activista afroargentino Federico Pita. Y agrega: la justicia social se vuelve un eslogan vacío si no se tiene en cuenta la justicia racial. Porque hoy los espacios de poder son siempre del mismo color: blanco.

Actualidad

Por Federico Pita*

Afrodescendiente es toda persona descendiente de africanos/as esclavizados/as nacida fuera del continente africano. Esclavizados/as fueron introducidos/as a todo el continente americano durante la colonización de América y varias décadas después de las guerras de independencia. Las heridas de la conquista, la esclavitud y la colonización nos atraviesan desde Alaska hasta Tierra del Fuego. Argentina anunció que la esclavitud dejaba de existir en 1853 con la sanción de la Constitución Nacional, aunque Buenos Aires recién adhirió a la carta magna en 1860. EE.UU. abolió la esclavitud al poco tiempo, en 1863. Mientras que en EE.UU. se le llama negra/o a las personas afroestadounidenses, en Argentina le damos un uso más amplio al término: negra es toda persona descendiente de africanos/as esclavizado/as, miembro de naciones originarias y/o descendiente de pueblos originarios, provinciano/a de tez oscura, persona de tez oscura, residente de una villa o barrio popular, persona pobre.

Los negros cabeza, los negros de m..., los negros villeros, los negros de adentro, los negros de alma en la Argentina tienen un origen profundamente identitario y el Estado se ha dado por mandato enterrarlo cual vergüenza familiar. La verdad es, sin embargo, que este país se levantó sobre las espaldas de afrodescendientes e indígenas: los primeros traídos en barcos negreros como mano de obra esclavizada, como mercancía y contra su voluntad; los segundos, reducidos a la más atroz servidumbre. Cientos de miles de afroargentinos/as y originarios fueron los que pusieron el cuerpo en batallas para lograr una independencia y libertad que hoy es retribuida con invisibilización y negacionismo. Ninguna fiebre amarilla ni fusil Remington nos mató a todos, aunque sí fue ésa la intención del Estado. El genocidio simbólico, físico y material de los que no encajan con el paradigma del poder se encuentra inmortalizado en el vergonzoso artículo 25 de nuestra Constitución Nacional, “El Gobierno federal fomentará la inmigración europea…” (traducido: los blancos son bienvenidos, los demás no).

La violación originaria a los derechos humanos sobre la que se construyeron los cimientos de esta nación son los pecados originales de la esclavitud, la trata transatlántica y el plan de exterminio de los pueblos originarios. Esos fueron los primeros crímenes de lesa humanidad de nuestra patria. La colonia terminó, pero dejó el sistema de castas ya no de jure sino de hecho: la gente de los barrios populares tiene, mayoritariamente, la piel oscura. Es que somos los descendientes.

A menudo se suele entender al racismo como un fenómeno que afecta a sociedades con minorías étnico-raciales, como por ejemplo la estadounidense donde los/las afrodescendientes son el 14% de la población. En Argentina (como también en Brasil, por ejemplo), el racismo rige las estructuras sociales, políticas y económicas y sin embargo, su mayoría poblacional es no-blanca. No quedan en pie leyes que digan que los negros no podemos elegir a nuestros representantes ni ser elegidos para dichos cargos, a pesar de lo cual existe una monocromía violenta que une a los integrantes de los tres poderes de nuestro orden republicano. En las calles de la ciudad de Buenos Aires, de Paraná, de Salta, de todas las ciudades y pueblos de nuestro país, la gente es de todos los colores mientras que en los lugares de poder los blancos son abrumadora mayoría.

Subestimar el racismo antinegro en Argentina supone no sólo un error de cálculo político, sino un verdadero riesgo para nuestro sistema democrático. La derecha argentina aggiornada, que se presenta a elecciones, sacó el 40% de los votos en 2019 y tiene una base electoral fuerte en los grandes centros urbanos. Experiencias como las del partido Vox en España, el ascenso sostenido de Marine Le Pen en Francia o incluso el triunfo de Bolsonaro en Brasil (sólo después de la impugnación de la candidatura de Lula) nos recuerdan que darle la espalda a un problema sólo lo hace más grande. Estos partidos atraen a los desencantados con una retórica antisistema y antipartidos, donde el racismo es una de las principales herramientas de construcción política. El racismo, de hecho, ostenta la autoría del mito fundante de la argentinidad: la dicotomía civilización o barbarie. Esta infame proclama racista anti negra señala, en realidad, la grieta insalvable, un proyecto de nación descarada y profundamente elitista y racista por un lado; y por el otro, un proyecto nación que se imagina popular, plural y democrático pero que se engaña al no reconocer la deuda enorme que tiene con sus mayorías no blancas. La bandera de la justicia social se vuelve un eslogan vacío si no se tiene en cuenta la justicia racial.

Dos Argentinas: ¿cuál alimentamos?

El momento de encarar transformaciones profundas y de raíz es ahora. Es urgente y necesario reformar, por ejemplo, un sistema educativo que insiste en vender una Argentina homogénea de descendientes de inmigrantes europeos laboriosos, una Argentina bien intencionada que recibe “a todo hombre de bien” y donde no suceden crímenes racistas como los de George Floyd. Es urgente y necesario que nos demos una discusión profunda dentro de los proyectos progresistas, de izquierda y/o nacional y populares, para que no suceda otra vez, como en 1810 y 1816, cuando los negros e indios quedamos afuera.

El intelectual afroestadounidense James Baldwin se preguntaba cuánto tiempo más iba a llevar desmantelar el racismo en Estados Unidos: ya habían esperado demasiado tiempo su padre, su madre, su tío, sus hermanos, sus hermanas, sus sobrinas y su sobrino. Cuánto tiempo más debía darle a los blancos para progresar como seres humanos. En Argentina los/las negros/as llevamos esperando nuestro tiempo también. Hace unas semanas pudimos celebrar la designación por primera vez en doscientos diez años de historia, de una mujer y afroargentina como Embajadora de nuestro país, nada más y nada menos que frente al Estado de la Ciudad del Vaticano. La flamante Embajadora María Fernanda Silva declaraba en una nota a la Agencia Nacional de Noticias Télam: “Mi designación se dio a fines de enero, días después de que el país viviera el asesinato de Fernando Báez Sosa, matado al grito de ‘negro de m…’, en un crimen de odio racial y de clase. Son las dos Argentinas que conviven. Y es muy importante ver a cuál de las dos alimentamos”. (Télam)

* Federico Pita es politólogo y activista afroargentino 

Foto: Gentileza Revista Ruda

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