Portada  |  09 octubre 2016

Correr para superar el cáncer: la vida después de un linfoma de no Hodgkin

Gabriel Montesco se enteró a los 32 años de que estaba enfermo, decidió dar pelea y ganó. La historia de su lucha y el acompañamiento de los médicos.

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Lo primero que sintió Gabriel fue una molestia en una pierna. No había mucho más que eso, pero el dolor era intenso. Aquejado por la molestia, decidió ir a la guardia de un hospital, hacerse estudios y volver a casa. Pero no pasó mucho tiempo, días quizás, hasta que el dolor regresó, pero con más fuerza y esta vez en su columna. Después de una noche sin poder dormir, Gabriel volvió a la guardia y se enteró un poco más

Era junio de 2007 y a los 32 años Gabriel Montesco ni siquiera hubiera imaginado que un dolor de pierna derivaría en lo que derivó. Lo primero que vaticinaron los médicos fue que podía ser un cáncer de hueso. Pero antes de confirmar el diagnóstico fueron en busca de algo más y con otros estudios, entre ellos una resonancia magnética y biopsia, determinaron que Gabriel no tenía cáncer de hueso, que la molestia era un linfoma de no Hodgkin. Ahí fue cuando Gabriel se enteró de todo.

Un linfoma es la forma más común de cáncer de sangre. En otras palabras se trata de un tumor que afecta a los ganglios linfáticos que pueden estar en las axilas, las ingles, el cuello, el tórax y el abdomen o cualquier otro órgano con tejido linfático. Datos de la Asociación Linfomas Argentina, indican que en el mundo hay más de un millón de personas con linfoma y por año se diagnostican 360.000 casos nuevos. Si hay algo en lo que coinciden los médicos a la hora de distinguir entre dos tipos de linfoma -Hodgkin y no Hodgkin- es que estos últimos son más frecuentes, pero también más agresivos.

“El linfoma de no Hodgkin es más frecuente en la población y es más grave porque suele ser más agresivo”, dice el doctor Sergio Specterman, médico oncólogo del Hospital Italiano que siguió paso a paso la recuperación de Gabriel y quien además integra la Fundación Tiempo de Vivir, dedicada a la concientización, prevención y lucha contra el cáncer. Los especialistas diferencian dentro del linfoma de no Hodgkin dos tipos: alto y bajo grado. “Los de alto grado son muy agresivos. El de bajo grado es más indolente, se da en gente más grande y responde a quimioterapia”, explica Specterman. Después agrega: “Gabriel tuvo uno de alto grado, agresivo, pero por suerte respondió muy bien”.

“Siempre uno se pregunta ‘por qué a mí’, hasta que un día me dije ‘por qué no a mí’, y lo pude tomar de esa manera, siempre pensando en positivo”

Así fue como de un dolor de pierna llegó el primer diagnóstico, el segundo y después el “alivio”. En esos términos lo define Gabriel, que asegura que respiró dos veces después de enterarse que tenía linfoma de no Hodgkin y no, en cambio, cáncer de hueso. Y así fue como empezó “la lucha”. “Fue duro, a uno de le cruzan miles de cosas por la cabeza”, señala ahora después de casi ocho años, y dice convencido que nunca pensó en bajar los brazos y que el “motor de todo” fue su familia, fueron sus hijos. Por eso empezó quimioterapia, rayos y algo más: “criopreservación de células madres”. Por si llegaba a existir una recaída y había que acudir a un autotransplante de médula ósea.

“Mediante un procedimiento especial se guardan las células madres de la médula ósea. Lo que uno busca con el autotrasplante es hacerle más quimioterapia, a dosis más altas que las convencionales. La quimioterapia mata al linfoma, pero también mata a las células propias de la médula ósea”, ilustra el doctor. Por ese motivo congelaron las células madres de Gabriel y siguieron adelante con el tratamiento. Hubo buena respuesta, pero en marzo de 2008 llegó la recaída. “Ahí empecé una quimioterapia más fuerte”, recuerda Gabriel, que siete meses después, en octubre, fue autotrasplantado gracias a las células madres que los médicos habían congelado meses atrás.

Después de eso Gabriel “volvió a nacer”. Y lo explica así: luego del trasplante su cuerpo se quedó sin defensas y tuvo que darse todas las vacunas de nuevo y estar durante más de 20 días aislado para no “contaminarse”. Pero después del trasplante la vida le dio una segunda oportunidad. Specterman festeja el procedimiento, que se realiza en distintos lugares de la Argentina, y asegura que fue un “modo de rescatarlo de quedarse sin médula”. O sea un modo de rescatarlo de la muerte. O sea, un modo de que viva. Y en ese “volver a nacer”, Gabriel alcanzó la remisión completa y después la curación. “Uno le sigue haciendo estudios y en todos los estudios no tenemos evidencia de la enfermedad”, dice el integrante de la Fundación Tiempo de Vivir.

“Empecé por un amigo de la Fundación. Un día salimos a correr, corrimos dos kilómetros, después cinco y se me hizo adictivo. Todos los días corro un poco más”

Poco a poco, día a día Gabriel -que es visitador médico- empezó su camino de recuperación que llevó alrededor de dos años. “Al principio caminaba una cuadra y me cansaba”, recuerda. “Después me fui recuperando y ya van a ser casi 8 años”. “Siempre uno se pregunta ‘por qué a mí’, hasta que un día me dije ‘por qué no a mí’, y lo pude tomar de esa manera, siempre pensando en positivo”. Y en esa nueva vida Gabriel encontró una terapia: correr. Y así, también, se convirtió en el embajador deportivo de la Fundación que de alguna manera le devolvió la vida. Por eso este domingo Gabriel volvió a ponerse la camiseta de Tiempo de Vivir para dar por segunda vez el sí en la Maratón 42K que se realizó en Buenos Aires.

Gabriel siempre fue deportista, tanto que antes de enfermarse jugaba al tenis, al fútbol, pero nunca se hubiera imaginado que iba a correr. “Empecé por un amigo de la Fundación que se llama Cristian, él corre hace ocho años y me insistía y yo decía no, que era aburrido. Un día salimos a correr, corrimos dos kilómetros, después cinco y se me hizo adictivo. Todos los días corro un poco más”. Al recordar el momento en que le propusieron ser Embajador Deportivo, Gabriel asegura que a la Fundación le “debe todo”. “Cada vez que corro, corro con la remera de Tiempo de Vivir en representación y agradecimiento a todo lo que hacen con lo que es el cáncer”.

Cuidarse, hacerse los estudios y prevenir. Después de ganar la pelea contra el linfoma de no Hodgkin, Gabriel dice que “cada vez que tiene que hacer un control hay miedo”, porque “piensa que puede volver”. Pero que “por suerte” ya pasaron ocho años. Y al hablar de los años, su médico, el doctor Specterman, explica que “cuando pasan más de dos años y no aparece el linfoma uno se pone muy contento porque las chances de que vuelva son bajas”, y que “cuando pasan cinco años uno se pone re contento porque la chances son casi nulas”. Por último Gabriel insiste en la donación. “Donar médula es muy sencillo, no es una cirugía”. Por eso pide concientizar para salvar vidas. Concientizar para que otros, como él, puedan “volver a nacer”.

Por Florencia Gagliardi | Twitter: @mfgagliardi.

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