Portada  |  16 julio 2020

Atribuyen a la Virgen de la Sonrisa la cura de la depresión

Gracias a su intercesión, el propio papa Francisco pudo superar una depresión cuando era sacerdote jesuita.

Actualidad

Por Gabriela Cerioli

En tiempo de aislamiento social obligatorio, preventivo y obligatorio decretado para prevenir la expansión del Covid-19, muchas personas ven afectado su humor. 

Ya en mayo se informaba que el 48% de las personas tuvo síntomas de ansiedad y depresión durante el aislamiento social, mientras que un 34,7% reportó una calidad de sueño bastante mala.

Los datos se desprendían de la última encuesta del Observatorio de la Deuda Social Argentina, de la Universidad Católica Argentina (UCA), en la que también se destacaba que, con respecto a los síntomas de ansiedad y depresión, se observaron desigualdades significativas entre los que viven en la Ciudad de Buenos Aires y los residentes en el Conurbano (20,8%), así como entre los que viven en situación de pobreza (31,4%) y los que no son pobres (13,9%).

De esa encuesta se desprendía que el 5% de los encuestados había comenzado a tomar algún medicamento o aumentó la dosis del fármaco recetado para dormir mejor durante la cuarentena.

Un mes después, se detectó en el AMBA un aumento de 20% en consumo de sustancias psicoactivas en el aislamiento, según un relevamiento efectuado por la Universidad Nacional de La Matanza. "Durante la etapa de confinamiento, aumentó la ingesta de alcohol, nicotina, cocaína, marihuana y medicamentos no recetados", de acuerdo al estudio.

Los creyentes católicos, en cambio, pueden recurrir a la Virgen de la Sonrisa, una advocación mariana que trascendió el tiempo desde que curó a Santa Teresita del Niño Jesús.

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Cuestión de fe

Teresita nació en la ciudad francesa de Alençon el 2 de enero de 1873. Cuando aún era una niña perdió a su madre y cayó en un estado de tristeza y angustia muy preocupante. Corría diciembre de 1882 cuando su salud empezó a empeorar de manera extraña: sufría continuamente de dolores de cabeza, comía poco y dormía mal. Su carácter también cambió, se irritaba y discutía con sus hermanas. Ese mismo año el médico Alphonse H. Notta diagnosticó la enfermedad de Teresita como una reacción a una frustración emocional con ataque neurótico.

El 13 de mayo de 1883, el día de Pentecostés, su familia apeló a su fe para intentar aliviar el padecimiento de la niña. Le acercaron a su cama una imagen de Nuestra Señora de las Victorias que el papá de Teresita, Luis Martín, tenía desde antes de casarse y que pertenecía a su familia.

Teresita se sintió abrumada por la belleza de la Virgen, y especialmente por su sonrisa: “La Santísima Virgen me ha sonreído. ¡Qué feliz soy!", dijo, según el culto católico.

En ese momento, la paciente se estabilizó delante de sus hermanas y su padre, que quedaron atónitos. Al día siguiente, todos los rastros de la enfermedad desaparecieron. 

"Lo que me llegó hasta el fondo de mi alma fue la encantadora sonrisa de la Santísima Virgen”, dijo Santa Teresita.

Desde el 13 de mayo de 1883 dicha imagen es celebrada como la Virgen de la Sonrisa, nombre que le dio Teresita y se le rinde homenaje para que ayude a los afligidos por la pena, la enfermedad y la depresión.

Recuerda el propio Papa Francisco que gracias a su intercesión, pudo superar una depresión cuando era sacerdote jesuita.

La imagen de la Virgen de la Sonrisa se erige en la ciudad de Buenos Aires en el barrio de Villa Ortúzar, sobre la calle Quirós a metros de Bucarelli. Realizada en Lisieux (Francia), está expuesta en la Parroquia Santa Teresita del Niño Jesús y Santuario de la Virgen de la Sonrisa, una iglesia que tiene más de 80 años de historia.

Teresita -se la conoce como Santa Teresita, para distinguirla de Teresa de Jesús, la santa de Ávila- falleció en 1897, a los 24 años, en el Convento Carmelo de Lisieux.

Su autobiografía "Historia de un alma" hizo un bien incalculable, sostiene la Iglesia. El papa Pío XI que la canonizó en 1925, la declaró dos años después patrona de las misiones católicas, junto con San Francisco Javier. Y Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia, de manera que con Santa Teresa de Ávila y Santa Catalina de Siena es la tercera mujer que lleva este título.

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