Portada  |  19 abril 2019

Las maltratan, las golpean y les piden perdón: el interminable ciclo de la violencia

Telefem reunió a cuatro mujeres víctimas de violencia de género quienes relataron en primera persona sus historias y contaron qué fue lo que pasó después de que se animaron a realizar la denuncia para pedir ayuda.

Telefem

El primer golpe que recibió Silvina fue embarazada de ocho meses, cuando su ex marido le dio un cachetazo. Jésica fue atacada durante dos horas después de una discusión y terminó al borde la muerte. Betiana tuvo que soportar años de agresiones hasta que un día se cansó y decidió denunciar. Para Carolina el calvario empezó a los quince días de relación, cuando su ex esposo le dijo que era una “puta”. En todos los casos, el maltrato estuvo siempre presente. Primero fueron insultos, desprecios, y al poco tiempo llegaron los golpes, los pedidos de perdón y nuevamente la violencia.

Las preguntas son siempre las mismas: ¿Qué sucede cuando que una mujer denuncia violencia de género? ¿Cuándo se pone en marcha la Justicia y cómo se las protege de sus agresores? ¿Cómo se frena el ciclo de la violencia conyugal? En todos los casos las cuatro mujeres entrevistadas por Telefem continúan pidiendo que las escuchen y que el Estado les garantice protección.

LA HISTORIA DE JÉSICA  

Eran las doce de la noche del 29 de diciembre de 2015 en la ciudad de Punta Alta, a 670 kilómetros de Buenos Aires, cuando Jésica Paz Delule discutió con su expareja por mensajes de WhatsApp. De esa noche recuerda lo que nunca quisiera recordar: los brutales golpes durante dos horas que casi terminan matándola. Recuerda también que en cada milésima de segundo de ese infierno sólo pensó en escapar con su hija de cuatro años y sobrevivir, o como ella dice, en “aguantar”.

De ese día, que pasó hace tres años atrás, Jésica dice que mientras le pegaba, Rodrigo Agustín Nuñez, su exnovio, militar, y quien había sido su pareja durante un año y medio, la obligó a sacarse la ropa interior para olerla porque pensaba que había mantenido relaciones sexuales con otro hombre. Recuerda también que mientras le pegaba le hizo limpiar la sangre del piso y la obligó a bañarse. “Decía que era una ‘puta’, que seguro había estado con otro. Mientras me ahorcaba me decía que yo me iba a morir ese día y que él se iba a suicidar, que se iba a morir conmigo”.

Entre las muchas imágenes que vuelven a su mente, al relatar su historia, Jésica se pregunta que hubiese sucedido si aquella noche no le hubiese abierto la puerta. Tampoco entiende cómo resistió tantos golpes. “Me golpeaba con la mano abierta y mi cabeza rebotaba contra la pared. Me tiró desnuda en la cama y se puso encima mío. Pensé que me iba a violar, pero lo que hizo fue pegarme en los oídos de un lado y del otro sin parar. Me pegó una piña en las costillas y en la mandíbula. Mi hija se despertó en dos oportunidades y las dos veces dejó de pegarme para que ella se duerma de nuevo. Fui al cuarto con las luces apagadas, estaba desfigurada. Le dije ‘Mai, está Rodrigo que ya se va’. Volví a la cocina y volvió a pegarme”.

Antes de separarse habían existido otros episodios de golpes, todos, por discusiones sin sentido. “Había mucho maltrato verbal, mucho de celos, muchos insultos”, recuerda. Después de aquel día de diciembre de 2015 su vida, asegura, cambió para siempre. Estuvo internada recuperándose de los golpes, mientras que su agresor solo estuvo preso una semana. Y cuando salió nuevamente volvió a hostigarla. “Me mandaba mensajes pidiéndome perdón y muchos otros diciendo cualquier cosa. Cuando no le contestaba, enloquecía”.

Hasta que en medio del dolor juntó fuerzas y lo denunció en septiembre de 2016 por no cumplir la perimetral. “Tenía miedo, te come la cabeza el qué dirán, no sabés cómo resolverlo. Hice mucha terapia, me junté con mucha gente que me acompañó. Saqué fuerzas de algún lugar y lo pude hacer. Dije: ‘No volvés a joderme la vida nunca más’. Así por sus propios medios se puso en contacto con el fiscal de su caso y junto a su abogada empezó un camino para buscar Justicia.

El juicio se llevó adelante el 23 de abril de 2018 y recibió siete años de condena efectiva. Sin embargo, la defensa apeló y su agresor siguió libre hostigándola de forma reiterada. Le dejaba llamadas perdidas por WhastApp y hasta incluso llegó a aparecer en varias oportunidades frente a su casa, violando todas las perimetrales. El 1 de febrero de 2019 Jésica recibió una nueva llamada perdida y volvió a denunciar. Días atrás se enteró por medio de su abogada que su agresor fue detenido de forma preventiva por no cumplir con las medidas cautelares.

SU VIDA HOY
En la actualidad Jésica es vicedirectora de una escuela de Punta Alta y Asistente Social de una escuela especial. Entre las secuelas físicas que sufrió tiene pérdida de audición, la mandíbula desviada y disminución de visión. Pero no sólo eso. “Es un trabajo todos los días. Algunas noches tengo pesadillas. Siempre situaciones en las que él me quiere pegar, siguiéndome o haciendo algo malo”.

Jésica dice que por su trabajo le tocó orientar a muchas mujeres que vivieron y pasaron por situaciones similares a lo que ella vivió. “Termino contándoles mi historia a las mamás para que entiendan que sí se puede salir de esto, sí se puede salir adelante. No hay que permitirlo. Les diría que tienen que pedir ayuda, no quedarse, que hablen con cualquier persona que alguien las va a ayudar”.

Después de lo que pasó Jésica decidió tatuarse en el antebrazo la palabra “resiliencia”. “A veces me veo contando mi historia como si fuera en tercera persona y otras veces lloro un montón. Estoy mucho más fuerte”, dice ahora y luego habla de los nuevos comienzos. “Espero que esto termine, poder rehacer mi vida, poder vivir en paz. Lo que me pasó a mí le puede pasar a cualquiera”.

LA HISTORIA DE SILVINA

Silvina Romero estuvo casada 15 años con Cristian Ariel Cisneros, quien hoy es su expareja, y relató a Telefem que los maltratos comenzaron cuando estaba embarazada de ocho meses y le dio un cachetazo. De ahí la violencia nunca cesó, ni siquiera cuando se separó hace dos años atrás. Hoy lleva 20 denuncias por maltrato y por desobediencia de las medidas perimetrales. Lo único que pide, con angustia, es que la Justicia la proteja. “Este sistema mata a las mujeres”.

El 25 de febrero del año de 2018, su agresor, quien nunca estuvo preso, la atropelló y la dejó inconsciente. “La misma policía hizo la denuncia”, cuenta. Silvina tiene botón antipánico y restricción perimetral, aunque vive con miedo porque siguen las amenazas y Cisneros viola todas las medidas de protección al ingresar a su casa.

“No sé qué pasa con el fiscal ni con el juez. Él sigue violando la restricción, sigue violando todo. Dejan a las mujeres desprotegidas, el sistema falla”, dice.

La causa está actualmente en la UFI°1 de Quilmes y Silvina pide desesperada lo que piden todas las mujeres que sufren y sufrieron en primera persona el calvario de la violencia, un poco de paz para poder rehacer su vida y que su agresor quede detenido y deje de hostigarla constantemente. “Necesito ayuda por favor, me va a matar”.

LA HISTORIA DE BETIANA

El primer golpe que recuerda Betiana Correa fue cuando estaba embarazada de tres meses. Primero fueron insultos, hasta que dos meses más tarde, a los cinco meses de embarazo, su expareja, Gerardo Galván, le pegó una trompada en el ojo. “Me decía que era culpa mía, que yo lo buscaba, que yo lo provocaba, que no tenía que preguntar cosas. Las peleas siempre se terminaban en un golpe”.

A los dos días de aquella golpiza fue a la fiscalía a denunciar, pero se encontró con una respuesta insólita. Uno de los oficiales le preguntó cómo se había lastimado. “No me lo hice yo”, recuerda que le dijo. La respuesta que siguió fue inaudita. “Bueno señora, le pregunto porque hay muchas mujeres que se autogolpean para incriminar al marido”. Después de eso archivaron su causa y todo quedó en pausa.

Sin embargo, las agresiones no se detuvieron. Cada un mes o veinte días Galván volvía a pegarle y cómo Betiana no tenía adonde ir con sus dos hijos, callaba. “Me daba vergüenza, no salía, andaba con anteojos de sol para que no se me vean los ojos negros. cuando era verano no salía porque siempre tenía moretones en algún lado del cuerpo. Me fui alejando de todo lo que me rodeaban porque no quería que me vieran así. Me fui aislando y me fui quedando sola”.

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#Telefem #ElCicloDeLaViolencia Fase 3: La luna de miel La pareja se reconcilia y al poco tiempo vuelven las agresiones. @giselabusaniche

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Hoy lleva más de 26 denuncias y recién el año pasado logró que le den la restricción perimetral. Betiana cuenta que le archivaron 17 causas y que como no sabía los pasos a seguir, su caso no avanzaba. Hasta que conoció a su actual abogada, Fiorella Mucholi, quien la asesoró y acompañó para reactivar todas las denuncias. ”Me di cuenta que había muchas irregularidades en mi caso”, asegura.

Una vez que logró separarse e irse a vivir a otro lugar, Galván fue hasta su casa y volvió a golpearla. “Me pegó mucho, me sacó un pedazo de labio, mientras me ahorcaba y me decía que me amaba, me decía por qué le hacía esto. Me apretaba el cuello”. De ese día recuerda la sangre, la desesperación y el encierro, durante dos días hasta que la rescató su hermano. “Yo creo que el propósito de él era matarme, siempre me dijo que si no era de él, no iba a ser de nadie”. Después de ese episodio, pidieron la orden de detención, pero el juez la denegó y su agresor nunca estuvo preso. Betiana angustiada dice que tampoco respeta las perimetrales de 500 metros. “Pasa por mi casa, él no puede pasar”.

Sin embargo, no baja los brazos. “Empecé a rearmarme y hoy estamos a instancia de un juicio. Es injusto que yo como víctima tenga que estar yendo de fiscalía en fiscalía y estar contándoles a todos lo que me pasa. Tengo que llevar fotos de todas las deformidades que me dejó en la cara. Yo tengo que presentar pruebas de todo”, dice. Y habla de la humillación en cada denuncia. “Hasta la propia policía te dice, por qué no agarrás a tus hijos y te vas a vivir debajo de un puente, por qué lo aguantás al tipo”.

Al responder, hay una razón: antes de separarse, Betiana no tenía donde ir. “No tenía la ayuda de nadie, ni del Estado, ni del municipio, ningún juez, nadie me escuchó”, dice. Y por último reclama, como todas, Justicia, por sus hijos, por todo lo que tuvieron que vivir. “No puede quedar así, no es un capricho, es una necesidad. No hay que tener vergüenza de sufrir violencia, nosotras no tenemos la culpa, no hay que callar”.

LA HISTORIA DE CAROLINA

Carolina García tiene 37 años y fue víctima de violencia de género durante 13 años. Su historia empezó en el 2000, cuando se puso de novia con quien se convirtió en su marido, Walter Damián Fernández. Al dar testimonio de su caso, contó a Telefem que la primera vez que recibió un golpe fue cuando estaba embarazada de cinco meses de su hijo mayor. Pero el maltrato siguió hasta que se separó en el año 2013 y pudo denunciar por primera vez todo lo que había vivido.

A raíz de las agresiones tuvo dos ingresos en un hospital de Avellaneda y en el Santa Lucía, en Capital Federal, donde llegó luego de una feroz golpiza por la cual casi pierde uno ojo. Su agresor, comisario y abogado, siempre le decía que la culpable era ella, que lo provocaba. Las primeras denuncias que hizo fueron desestimadas, aunque la violencia está probada en el expediente que lleva adelante su caso, como también a través de las pericias e informes psicológicos.

El sábado 1 de diciembre de 2018, Carolina volvió a denunciar a su exmarido luego de que al retirar a su hijo menor de la escuela de fútbol, le dijo que la iba a matar. “Mañana voy a buscar al nene a tu casa y me lo voy a llevar”, la amenazó primero. Luego, recuerda, se transformó y le dijo, incluso delante de otros padres, que la iba a matar. Después de ello le otorgaron la restricción perimetral y el botón antipánico. Sin embargo, no pasó nada.

La jueza Alejandra Sobrado, del Juzgado de Familia N°1 de Avellaneda, que lleva adelante su causa, decidió levantarle recientemente la medida de acercamiento sólo al hijo menor, luego de que el nene manifestara a una trabajadora social que quería ver a su padre. La magistrada, sin embargo, no tuvo en cuenta el informe de la psicóloga que lleva adelante el caso y que refleja lo que manifestó el pequeño en varios dibujos durante la terapia.

“El juzgado no solamente no resuelve sobre las medidas, sino que los deja sin protección”, señaló al respecto, Anabel González, la abogada de Carolina, quien pidió entre otras medidas, que le quiten la tenencia de armas al agresor -pedido que aunque está contemplado por la ley 26.485 en su artículo 26- fue denegado por la propia jueza.Carolina fue citada a declarar el próximo 25 de abril en calidad de “denunciante” y no de “víctima”, en la causa en la que hubo intervención en el 2014, 2015, 2016 y 2018. “El proceso de violencia está sostenido en el tiempo, no cesó nunca, es erróneo que la jueza no dé medidas de protección”, consideró González.

El ex marido tiene dos denuncias por violar la perimetral. La última fue el pasado viernes 5 de abril, cuando se presentó a las nueve de la mañana de forma inesperada para retirar a su hijo menor de 11 años. Carolina apretó el botón antipánico y le pidió a las maestras que llamen a la policía. Sin embargo, a pesar de contar con la medida de protección, los propios policías quisieron llevarla junto a su agresor y la obligaron a trasladarse a la comisaría.

Carolina pide protección para ella y para sus hijos y que la Justicia actúe. “La violencia está probada en el expediente. Hay fotos donde me encuentro golpeada, hay capturas de pantalla de mensajes, hay pericias, hay informes de las psicólogas que atienden a mis hijos y así y todo no pasa nada. Me mandó dos veces al hospital, tiene un arma en la cintura y me dice que me va a matar. Lo grave es que la Justicia lo avale”.

LA VIOLENCIA Y EL CICLO DE LA JUSTICIA

Telefem habló con María Belén Dileo, abogada especialista en Género e Igualdad, sobre los pasos a la hora de realizar una denuncia y sobre cuáles son las fallas de la Justicia al momento de frenar el ciclo de la violencia conyugal.

Al momento de realizar la denuncia por violencia de género, se puede hacer en cualquier Comisaría y también, en caso de que sea en Capital Federal, en las Unidades de Orientación y Denuncias del Ministerio Público Fiscal o ante la Oficina de Violencia Doméstica de la Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina (CSJN). Una vez formalizada, se remite al juzgado en turno, que dictará las medidas cautelares que correspondan. Si en la Comisaría no toman la declaración, Dileo remarcó la importancia de denunciar en otra Comisaría y pedir la copia de la denuncia.

La ley 26.485 en su artículo 26 prevé que el juez o jueza que interviene pueda, entre otras medidas, ordenar la prohibición de acercamiento del presunto agresor, que cese en los actos de perturbación o intimidación, prohibir la compra y tenencia de armas, y ordenar el secuestro de las que estuvieren en su posesión, proveer las medidas conducentes a brindar a quien padece o ejerce violencia, cuando así lo requieran, asistencia médica o psicológica, a través de los organismos públicos y organizaciones de la sociedad civil, ordenar medidas de seguridad en el domicilio de la mujer y ordenar toda otra medida para garantizar la seguridad de la mujer.

¿Qué pasa cuando persiste la violencia? En este sentido, la abogada explicó: “Si hay medidas cautelares dictadas, y no se respetan, por un lado, se debe comunicar al juez, jueza o fiscal que intervenga, para que ajuste las medidas de protección, y por otro lado, esto constituye un delito en los términos del art 239 del Código Penal que lo sanciona con 15 días a un año de prisión, y por otro. Vale señalar que existe un proyecto de ley para elevar la sanción de 60 días a 3 años”.

También consideró -al ser consultada sobre las fallas en la Justicia a la hora de frenar la violencia- que falta especialización, debido a que no hay perspectiva de género. “Hace poco se promulgó la Ley Micaela, que ordena la capacitación en género de todas las personas que integran los tres poderes del Estado, pero en una jornada sola no alcanza. No hay suficientes mujeres magistradas. Hay que hablar de la segregación vertical que hay en la justicia, y también por fueros”, explicó.

Y sobre ello, ahondó: “No hay espacios para atender a las víctimas en forma individual, sin preserva de su intimidad. Los escasos recursos humanos que se encargan de estos temas, que están especializados, suelen ser excesivamente cargados de tareas, sufriendo lo que se denomina síndrome de burn out. No hay presupuesto suficiente para afrontar la violencia de género porque tampoco hay propuestas de acceso al trabajo para mujeres víctimas de violencia, ni suficientes refugios, ni se proveen otros dispositivos que faciliten el acceso a la vivienda, como ser subsidios habitacionales o créditos hipotecarios, vitales para sostener la separación del agresor”.

¿AUMENTARON LAS DENUNCIAS?

Fuente: Oficina de Violencia Doméstica de la CSJN.


Dileo consideró que las demandas de grupos feministas, tal como el movimiento “Ni Una Menos”, que cobró fuerza en 2015, ayudaron a que cada vez más mujeres se animen a denunciar. “Lleva a que las mujeres que pasan por estas situaciones tengan más conciencia de que no son culpables de la violencia que padecen, y cuáles son los recursos que tienen a su disposición para intentar vivir una vida libre de violencia”.

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