Portada  |  15 mayo 2019

"Yo nací en cuna de oro": la confesión de un preso con Mauro Szeta

Esta es la historia de Matías Parisi Pérez. Tiene 32 años y está detenido hace un año y dos meses. Fue condenado por robo agravado a 5 años de prisión. Esta es su tercera condena. A diferencia de otros presos, Matías no pasó necesidades en su infancia y dice que eligió ser delincuente.

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Nació en Villa Madero, La Matanza, en una casa de clase media acomodada, su padre era gerente en una reconocida empresa de supermercados y su madre se quedaba en casa para cuidarlo a él y a su hermana. Matías fue el primogénito. “A mí nunca me faltó nada, yo nací en cuna de oro”, cuenta.

Los problemas empezaron cuando sus padres se separaron. Matías tenía 11 años, su papá se fue a vivir al exterior por trabajo y los mantenía enviando dinero cada mes. A esa edad comenzó a consumir porro y con el tiempo se volvió adicto a la cocaína. “Ahí agarré la calle y a los 13 años dejé el colegio”, recuerda.

Su primer robo fue a esa edad, robó una moto. La primera arma que tuvo en sus manos fue un 38 special que le costó 200 pesos. La compró en la villa El Lucero de La Matanza.

“Empecé a robar por hazaña, no necesitaba nada. Todos mis amigos y yo éramos pibes de guita, eramos pibes bien; ninguno necesitaba robar. Además, íbamos a la cancha a ver a Chicago, robé muchas veces con la barra de Los Perales”, dice.

A los 16 años su familia lo internó en un centro de rehabilitación y ahí los problemas se profundizaron. Cuando salió todo empezó a volverse más violento. Al dueño de un supermercado chino le voló la pierna de un tiro porque no quería darle la plata.

”La primera vez que caí en cana fue por el robo a un mayorista, le robamos 15mil dólares; pero a las pocas cuadras nos empezaron a perseguir y nos hicieron un operativo cerrojo, tenía 18 años y fui a Devoto”, recuerda.

Cuando salió empezó a hacer “ranchos”, abrían las casas con la gente adentro con una tarjeta tumbera. “Si no tiene la doble traba puesta, te abrimos cualquier puerta; la tarjeta tumbera que llevábamos la hacíamos con tapitas. Yo me encargaba de reducir a la gente”. En una de esas entraderas, rociaron con nafta al dueño de casa porque no quería decirles dónde estaba la plata.

Empezó a parar con una banda de Lugano 1 y 2, porque en ese barrio había mucha gente que pasaba datos de lugares donde había plata. Para esa época ya se había tiroteado varias veces con la policía.

Volvió a ver a su padre que había vuelto a la Argentina y se había mudado a un country en Cañuelas, durante una visita a la casa conoció a una pareja amiga del padre que eran joyeros. Decidió desvalijarlos. “El robo al country fue de película, todo disimulado. Entramos a la casa y nos llevamos todo”.

Durante un enfrentamiento en el barrio El Morro con una banda rival de Villa Jardin en Lanus, ejecutó a un rival que intentó matarlo. “Le dimos con mi socio más de seis tiros y lo rematamos en el suelo; encima era un guacho, pero era él o nosotros”, dice sin inmutarse.

En 2011 volvió a caer detenido en Villa Celina, fueron a robarle a un narco paraguayo que tenía vínculos con el jefe de calle policial (que además era conocido de su familia). Entraron a la casa, se llevaron la droga y la plata, pero a las pocas cuadras la policía los encontró: “dejaron que el narco me pegara, me molió a palos, el jefe de calle que era amigo de mi cuñado lo dejaba que me fajara; por esa causa estuve en cana hasta 2015”.

En el KM35 de La Matanza tuvo otro enfrentamiento con un banda narco paraguaya, “nos cagaron a tiros con metralletas, son heavys los paraguas”, cuenta.

“Cuando salí en cana por última vez, empecé a trabajar en una colchonería. Estaba bien de plata, empecé a salir de joda y a los seis meses empecé a robar de vuelta. Es que me enteraba que en un lugar había 200 mil pesos y me volvía loco, era más fuerte que yo. Si te cagas de hambre en la calle sos el peor, porque en la calle está la plata”, dice.

La última vez que cayó detenido fue por el robo al dueño de una remiseria VIP que trabajaba con turistas. “Lo apreté de chucu (de chamuyo) y me dio todo. En la huida terminé chocando y casi me muero, salí por el parabrisas y no me despertaba, mi socio me dio varios cachetazos para despertarme pero no hubo forma, me dejó abandonado porque sino la cana nos agarraba a los dos”.

En su vida carcelaria tuvo muchos problemas, apuñaló y fue apuñalado varias veces. “En Mercedes me dieron varios puntazos que casi me muero, en Sierra Chica tuve que pelear para salvar mi vida porque en el pabellón que estaba había uno con el que había tenido bondi antes”.

Hoy en día es referente del pabellón más complicado de Catán: el de los recién llegados. “A veces llegan violines y los tengo que andar cuidando para que no haya bardo, a mi no me conviene que haya quilombo porque me quitan beneficios; después están los giles que llegan por robar una cartera a una vieja o un celular, se los deja vivir pero no los dejo ni opinar”, cuenta.

Tiene dos hijos, está separado de la madre de ellos desde 2013. Dice estar arrepentido de su pasado.

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