Portada  |  19 junio 2019

"Yo maté a mi amigo": una nueva confesión con Mauro Szeta

Le dio dos puñaladas y después de degollarlo, prendió fuego el lugar. Dice que no está arrepentido y que el crimen está "justificado".

Informes Especiales

Juan José Saldivia tiene 23 años y está procesado por homicidio. Nació en 25 de Mayo, pero se crió con su abuelo materno en Gobernador Ugarte, cerca de Chivilcoy. Su padre se suicidó cuando cumplía condena en prisión por un homicidio y su madre también se quitó la vida cuando él tenía 17 años. Es el mayor de sus siete hermanos.

Fue al colegio hasta tercer grado y luego abandonó. Desde chico comenzó a cometer hurtos menores. “Yo empecé a robar para tener lo mío”, cuenta. A sus 15 años empezó a robar casas, la mayoría de las veces abría las puertas con una patada o usaba barretas.

Previamente hacia la logística para asegurarse que la casa estaba vacía. A veces lo hacía solo y otras tantas acompañado, nunca robó con armas. “A mí nunca me importó la víctima, yo sabía a quiénes les robaba”, dice.

Antes de caer detenido trabajaba como ayudante de albañil. El día del homicidio empezó a discutir con la persona porque estaba disputándose el amor de una chica del pueblo con uno de sus mejores amigos. Forcejearon y Juan José le terminó dando dos puñaladas, una vez que la víctima cayó al suelo se subió sobre él y lo degolló, luego prendió fuego el lugar.

“Cuando le cortaba el cuello tuve la sensación de estar desahogándome de muchas cosas, muchas discriminaciones y padecimientos; ese corte fue como un grito”, cuenta sin inmutarse. Juan José no está arrepentido, dice que haber degollado a Alejandro Marin está justificado. “Nadie de mi familia cree lo que hice”, dice.

Desde el asesinato estuvo prófugo durante dos meses. El día que la policía allanó su casa, primero negó todo y ante el hartazgo por la insistencia de los agentes policiales decidió contar todo. “Lo conté porque me hincharon los huevos”, asegura sin reflexionar sobre lo que dice.

Juan José siempre tiene el mismo tono, no hay inflexiones en su voz; tiene la mirada fría y esboza una risa que no demuestra ningún tipo de arrepentimiento. En la cárcel lo apodaron “El carnicero”.

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