Portada  |  30 octubre 2019

"Yo le robaba a los distraídos" otra confesión con Mauro Szeta

Esta es la historia, en primera persona, de un joven que hizo su camino en el delito desde muy joven. "El Peque" está procesado por dos robos agravados por el uso de arma. La droga lo llevó por caminos muy oscuros pero de nada se arrepiente. Sólo de estar separado de sus hijos.

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Jonathan Pérez Tevez alias "El Peque" tiene 27 años. Nació en el barrio Manzanares de Pilar, pero al poco tiempo se fue a vivir al barrio Vucetich de Jose C Paz.

El padre lo abandonó de chico, dejó a la madre sola al cuidado de él y sus cuatro hermanas; él es el tercero, el del medio.

Hizo sólo el colegio primario, a los 12 años empezó a drogarse con marihuana y cocaína. La madre intentó sacarlo del barrio y mandarlo a la casa de los hermanos de ella en Pilar para rehabilitarlo, pero no hubo caso.

A los 16 años empezó a robar con cuchillos, luego con una réplica y dos años después ya compró su primera arma.

“Cuando empecé entraba a los locales con la faca y los mandaba para el fondo. Al que se resistía le pegaba, lastimé a dos o tres personas que se resistieron”, cuenta. En esa época la plata que conseguía la usaba para drogarse.

“Estaba tan pasado que no me importaba nada, a la gente que esperaba el bondi la asaltaba siempre, los pelaba; siempre a punta de cuchillo”, se jacta.

Su primera arma la compró en la villa. “Con esa pistola le volé la gamba a un tranza del barrio y me tuve que escapar a porque le pusieron precio a mi cabeza, a esa altura tenía a mi mujer embarazada de mi primer hijo; me buscaron para matarme alrededor de cinco meses; decidí volver al barrio y me lo crucé, me quiso arrancar un fierro para matarme y mi compañero le voló la cabeza de un itakazo. El día a día en el barrio es sobrevivir, sos vos o yo; nadie es dueño del territorio”, cuenta.

“Yo mismo mandé a matar tres personas del barrio; me habían roto la cabeza en una disputa y yo les mandé un flaco para vengarme, bajé a los tres. En la villa no se pagan las muertes, es tierra de nadie”, asegura.

Estuvo detenido en la Unidad 35 de Magdalena y en Marcos Paz. De su paso por la cárcel tiene varios puntazos en el cuerpo. En el antebrazo lleva tatuados los nombres de sus familiares más queridos.

“Con mi compañero matamos sin querer a un carnicero. Entré con un 38, mandé la gente para el fondo y el tipo intentó agarrar un cuchillo. Mi compañero levantó el arma para que lo bajara y se le disparó el arma; le dimos en la frente.

La modalidad delictiva en la que se perfeccionó en los últimos años fueron los escruches. “En una ocasión entré a una casa, se disparó la alarma silenciosa y el guardia que estaba ahí me dio un machetazo en la cabeza; todavía tengo la cicatriz en la cabeza. Yo había entrado por el ventiluz, el tipo me esperó y me la dio”, dice.

El día que lo detuvieron en la última causa fueron a buscarlo a la casa de la madre, la policía rodeó la casa y él intentó salir a todo o nada con su fierro. La madre le pidió que por favor se entregara, que la policía lo iba a matar; él hizo caso y dejó el arma.

“No me arrepiento de los robos, sólo de haber dejado a mis tres hijos”, asegura.

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