Portada  |  25 septiembre 2017

Otra vez, México se puso de rodillas ante la tierra

Más de 300 muertos, miles de casas dañadas y cientos de heridos. Números que revelan que el país azteca se sigue debatiendo entre la esperanza de encontrar vida debajo de los escombros y la angustia de los que perdieron todo. Una crónica de Anabella Messina, enviada especial.

Informes Especiales

Por Anabella Messina @animessina

No se sabe si fue pura casualidad, una paradoja de la naturaleza o qué. Pero 32 años después, un 19 de septiembre, Ciudad de México volvió a temblar con violencia. El 7,1 en la escala de Richter nos hablaba de la ferocidad del terremoto. Pero quien mejor que los propios mexicanos para hablar de esa ferocidad, de lo que sintieron cuando a las 13:14 horas escucharon las alarmas y se enfrentaron al sacudón y al miedo.

Después de viajar más de ocho horas sabíamos que llegábamos a una ciudad en emergencias, pero comprendimos las verdaderas dimensiones de ese sismo recién cuando llegamos a la escuela Enrique Rebsamen, al sur de la capital azteca. Allí, de manera improvisada, una lista con nombres de niños de entre 5 y 7 años atrapados bajo los escombros nos daba una cachetada que nos ubicaba en la magnitud de la tragedia. Cuarenta chicos y sus maestras habían quedado sepultados debajo de sus aulas que colapsaron en menos de minuto.

Foto: Héroes anónimos que colaboran tras el escenario desolador que dejó el terremoto.

Espantados y sin salir del estado de shock, los vecinos de ese colegio modelo relataban con detalle cómo fueron las escenas de terror que vivieron tras el temblor. Primero un ruido intenso paralizó el tiempo y una nube de polvo envolvió a los que ya estaban en el patio. Después los gritos de desesperación y la locura de los padres que no podían creer lo que estaba pasando. Habían llevado a sus hijos a estudiar, no a que las paredes del saber los aplasten.

Como hormigas, los voluntarios salían de a miles desde cada uno de los rincones. Ofrecían sus manos y abrazos, también remedios, comida, agua fresca, herramientas. Corrían de un lado a otro, como si en ese apuro pudieran encontrar el milagro. Cada uno con lo que podía y sabía, esperaba para entrar en la “zona cero” o se conformaban con quedaban detrás de las vallas para coordinas los trabajos. No importaba qué, pero estaban dispuestos a todo.

 Corrían de un lado a otro, como si en ese apuro pudieran encontrar el milagro. 

Los ojos de México se quedaron clavados en esa montaña de escombros que dolía y oprimía los corazones. Cómo no estar impávidos, como no estar aterrados, si eran vidas de tan solo siete años las que le daban pelea a la muerte. Sin descanso, sacando fuerzas de donde no la tenían, rescatistas, civiles y fuerzas de la Marina, hicieron lo posible para sacar a esos chicos, a esas maestras, pero el trabajo no fue fácil. Pasaban las horas, los días y ellos movían los escombros como artesanos sabiendo que en cada movimiento se jugaban un rescate. Debajo de los escombros, salieron historias reales y algunas inventadas. Todas mostraban la peor cara del drama mexicano.

Más de 300 muertos, más de 37.000 casas dañadas, cientos de heridos, números que revelan que México se sigue debatiendo entre la esperanza de encontrar vida debajo de los escombros y la angustia de los que perdieron todo.

En ese lugar estábamos para contar cómo nuestros hermanos mexicanos luchaban contra los embates de su tierra. Ellos se acercaban para pedirnos que mostremos al mundo lo que sufrían. Querían que todos supieran la falta de presencia del Estado en algunos edificios dañados y hasta el sentimiento de pena que les daba creer que no habían aprendido nada del sismo del 85. Pero más allá de las críticas y el sufrimiento, ellos mostraron que con su costado más solidario podrán volver a ponerse de pie.

Foto principal: Los nombres de los chicos que asistían al colegio Enrique Rebsamen.

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