Portada  |  20 julio 2018

#LosInvencibles La historia de Walter, "el hombre del martillo"

Aprendió a trabajar la madera cuando ya no veía. La nobleza del instrumento al que le da forma cada día se replica en cada uno de sus gestos. Walter, que recibió dos órganos de un donante, fabrica y vende muebles pero también ayuda a gente que necesita. Conocé la historia de un invencible.

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Por Gabriela Cerioli

Walter Ledesma tiene 44 años, es de Mar del Plata y tiene un taller de carpintería rústico-artesanal a pesar de su ceguera. El nombre que eligió para su emprendimiento es “Yo te banco” en honor a aquel primer banco que se construyó el día que decidió superar todas las adversidades: tras la ceguera, llegó el doble trasplante.

La misma diabetes tipo 1 con la que convivió desde los 14 años y le quitó la visión, hizo que un día Walter tuviera que ser trasplantado de riñón y páncreas. Estuvo en lista de espera y hace ocho años recibió en la Fundación Favaloro los órganos que le darían otra oportunidad. “Yo hoy estoy vivo porque una persona fue donante”, subraya.

“La discapacidad lleva un proceso de aprendizaje. Estuve un año para entender lo que era. Yo aprendí a aceptarla y quererla. Necesitaba hacerlo para vivir tranquilo”, cuenta hoy Walter a Telefe Noticias en el primer capítulo del segmento “Los invencibles”.

A Walter la ceguera le enseñó mucho: no sólo a escuchar, sino a recordar los detalles que supo guardar en sus retinas: “Siempre presté mucha atención a la vida y cada una de esas cosas hoy me ayudan”. En el taller colaboran su mamá y su hija. Son ellas las que marcan las medidas de las maderas para que luego él las corte.

“Cuando perdí la visión, lloré. Mi hija era chiquita. ¿Qué iba a hacer?”, hace memoria.

El proceso de aprendizaje no fue sencillo. “Necesitaba hacer cosas. Un día me regalaron madera e hice un banco”. Desde ese día, continuó trabajando y dando forma a su carpintería, compró herramientas y probó maderas. “Empecé con pallets y luego fui trabajando otras texturas. No hice cursos. Para mí la escuela fue la vida”, recuerda.

Walter es muy detallista y busca la perfección en cada mueble que fabrica. “Lo hago como si fuera para mí y pongo mi corazón en cada pieza”, destaca.

A veces entra algún cliente al taller y sigue atento su trabajo. “Me doy cuenta de que no percibe que yo no veo. Se lo tengo que aclarar. La gente se sorprende cuando le explico que soy ciego. Es que nadie se imagina lo que se puede hacer en circunstancias como éstas. Se puede, todos podemos”, dice Walter en un tono que convence.

El carpintero colabora con la gente de su barrio. A Carolina, una nena con discapacidad y de escasos recursos, le regaló una cama. Y a los alumnos de la Escuela Especial Nro. 504 para ciegos y disminuidos visuales también les donó muebles. Dar es dar. Y eso Walter, un agradecido de la vida, lo tiene presente cada día.

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