Portada  |  21 marzo 2019

Contratado por un día: Roberto Funes Ugarte trabaja en una curtiembre

En la curtiembre Giordano, ubicada en Valentín Alsina, partido de Lanús nuestro colega prueba cómo es la dura tarea de preparar el material emblema argentino, que luego se convertirá en ropa, zapatos y bolsos.

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El cuero es todo un ícono de la argentinidad. Una marca que nos identifica. Sinónimo de elegancia y de glamour. Pero también tiene otra cara. Y opuesta. La cara de miles de obreros que, bajo condiciones de trabajo muy duras, día a día se ganan la vida sumergidos en las curtiembres, para producir esa materia prima que después relucirá en las vidrieras de los shoppings más exclusivos, en forma de zapatos, carteras o camperas.

La curtiembre Giordano es una de las pocas que sobrevivieron a los controles que, por orden de la Corte Suprema de Justicia, desde hace 15 años comenzó a implementar la Acumar para evitar la contaminación del Riachuelo. De 260 que había, apenas quedaron 60 que realmente cumplen con todos los protocolos para el tratamiento de los productos químicos que se usan en la producción del cuero.

En total, en el país funcionan 230 curtiembres, de las cuales el 80 por ciento son pequeñas empresas y apenas 10 integran la categoría de grandes, las que procesan más de 2 mil cueros por día.

La producción, que el año pasado fue de 12 millones de cueros, está asociada, entre otras cosas, a la de la carne, porque ningún animal se faena exclusivamente para obtener su cuero. Se trata de un subproducto que, de no utilizarse, se desecharía como cualquier residuo.

El 85 por ciento del cuero se exporta -los principales mercados son China, India, Italia y Francia- lo que en 2018 representó un ingreso de divisas de 800 millones de dólares, un 20% menos que los valores históricos.

El sector atraviesa una situación económica delicada por varias razones: la apertura de las importaciones, la caída del consumo interno y, sobre todo, la aparición de un competidor mal llamado “ecocuero”.

Lo curioso es que se trata de un producto plástico, derivado del petróleo, que se deteriora en poco tiempo y resulta muy nocivo para el medio ambiente porque, a diferencia del cuero, no es biodegradable. Con lo cual, de ecológico lo único que tiene es el nombre.

Pero contribuyó mucho a que de los 20 mil puestos de trabajo que la actividad ocupaba hace 20 años, ahora queden apenas 9 mil, la mayoría de los cuales se encuentran en el Gran Buenos Aires y sobre todo en Lanús, considerada “la capital nacional de las curtiembres”.

Nucleados en siete gremios –el más importante es el Sindicato de Obreros Curtidores de la República Argentina- trabajan 9 horas por día a cambio de ingresos que promedian los 25 mil pesos por mes.

Se trata de un oficio que exige un gran esfuerzo físico. Es que pasan muchas horas parados, en medio de un ambiente húmedo y levantando cueros que llegan a pesar hasta 80 kilos cuando están mojados.

Por eso es muy común que sufran problemas de salud. Los más frecuentes son hernias de disco, rotura y desgaste de los hombros, tendinitis en los codos, síndrome de túnel carpiano, várices y, por estar expuestos constantemente al ruido de las maquinarias, disminución auditiva.

En su mayoría son hijos de curtidores. Y en algunos casos hasta nietos. Es que se trata de una cultura que se transmite de generación en generación. Cultura del trabajo. Laburantes con todas las letras. Que ponen todo. Incluso el cuero. Pero el propio.

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