Portada  |  14 noviembre 2019

Contratado por un Día: Roberto Funes Ugarte prueba suerte como chapista

Son una suerte de cirujanos. Pero de autos. Reciben hierros retorcidos, chapas abolladas y vidrios destruidos. Y lo dejan todo como nuevo. Así es la vida de quienes trabajan en los talleres de chapa y pintura.

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Y en otro capítulo de "Contratado por un Día", Roberto Funes Ugarte tomó la moladora, la máquina sacabollos, la lija y el soplete para convertirse en uno de ellos en el taller de Eduardo González, en el barrio de Villa Real.

El trabajo cambió mucho con los años. “Ya no llegan autos totalmente destruidos como pasaba antes, porque ahora el seguro prefiere pagar lo que vale el auto antes que repararlo”, cuenta González, quien empezó limpiando los baños de un taller de chapa y pintura en Isidro Casanova cuando tenía apenas 12 años.

En esa época era muy común encontrar macabros rastros de los accidentes, como pelos pegados en el parabrisas por el golpe de una cabeza y rastros de sangre. Pero hay algo que González no olvidará nunca: el día que encontró el dedo de una persona. “Lo coloqué en una bolsita y se lo llevé a la policía”, recuerda.

El suyo es uno de los 400 talleres de chapa y pintura registrados en la Ciudad de Buenos Aires. Son menos de la mitad de los que en realidad existen. “Más del 50% están en negro. Nosotros les decimos zaguaneros”, sostiene Nicolás Doura, presidente de la Unión de propietarios de talleres mecánicos de automóviles.

En promedio, cada taller emplea a cinco operarios, que se dividen en distintas funciones. Hay coloristas, lijadores, masilladores, pintores, sacabollos y lustradores. Lo que no hay son mujeres. “En talleres mecánicos hay algunas, pero en chapa y pintura todavía no”, explica Doura.
Afiliados al sindicato de SMATA, trabajan 48 horas semanales a cambio de un sueldo promedio de 35 mil pesos por mes.

El 70% de los autos que llegan es para reparar paragolpes y ópticas. “La gran mayoría de los choques son por gente que está usando el celular, sobre todo el whatsapp, y choca al auto de adelante”, explica González.

Reparar un daño leve demanda tres días, uno intermedio una semana y uno grave de 15 días a un mes. Son muchas piezas que hay que cambiar, reparar, masillar, pintar y finalmente lustrar.

Es un trabajo duro en el que los mecánicos se exponen a accidentes. Alfredo da fe de eso. Un auto que estaba reparando se le cayó encima y le cortó el tendón de un brazo. Cincuenta años después todavía sufre las secuelas.

Y además no es un trabajo sencillo. Hacerlo bien lleva años de experiencia. Pero la mano, el oficio y la habilidad siguen haciendo la diferencia. Es que, si bien cada vez se usan máquinas más modernas, hay algo con lo que la tecnología todavía no pudo: lo artesanal.

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