Portada  |  18 julio 2019

Sobreviviente de la AMIA: "Vivo gracias a la comunicación de Juan Carlos con su perro Lupo"

Alejandro Mirochnik estuvo 8 horas bajo los escombros de la AMIA y nunca supo quién lo había rescatado hasta hace poco, que se reencontró con el bombero que le salvó la vida en una producción de fotos organizada por AMIA.

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Alejandro vivió en Villa Gesell diez años. Trabajó de guardavidas durante casi dos décadas. "Cuando una persona se está ahogando, te metés al mar sin importarte nada. Tomás a la víctima, la rescatás y cuando la soltás, no sabés a quién salvaste. Lo que menos te preocupa es saber quién fue. Sólo sentís la gratificación de haber cumplido con tu trabajo", expresó. Esa gratificación fue la que sintió Juan Carlos Lombardi, quien lo rescató de los escombros de la AMIA hace hoy 25 años.

Juan Carlos -invitado este jueves a Morfi- es presidente de la Escuela Canina de Catástrofe, tercer oficial de bomberos voluntarios de La Boca y juez internacional de perros de rescate. Nació en Argentina pero se educó en Italia, la tierra de sus padres. Hace 25 años asistió a las víctimas del trágico atentado junto a su perro Lupo, que murió dos años después.

"Vivo gracias a la comunicación de Juan Carlos con su perro Lupo", destacó Alejandro en Buen Jueves, al recordar que Lupo le indicó a Juan Carlos que donde él yacía había vida.

Alejandro era el que estaba en el corazón de las ruinas, debajo de una montaña de hierros retorcidos y cemento estallado, con unas vigas que lo atravesaban. "Cuando subí al ascensor con el paquete de diarios pensé que se había caído el aparato… Nunca escuché un ruido, nunca escuché nada", rememora.

A las 11:15 Lupo lo encontró. A las tres de la tarde, los bomberos pudieron hablar con él. Le extendieron una manguera para suministrarle agua y oxígeno. Le alcanzaron una campera para sostener su cabeza. Le preguntaron qué le había pasado, si estaba solo, si sentía olor a gas, si estaba descompuesto.

Alejandro era, por entonces, campeón argentino en triatlón en el rango de su edad, de 30 a 35 años. Había llegado a la AMIA en bicicleta desde su casa en el barrio de Mataderos. Cuando se encontró atorado en un ascensor derrumbado, sintió mucho dolor en su pierna derecha. Gritó tres veces auxilio hasta percibir el miedo de la asfixia.

"Ahora cuando me siento, mi pierna derecha se desvanece y mis músculos pierden tonicidad. Cada vez que me levanto y vuelvo a pisar me duele mucho. Ahí es donde actúa la pierna izquierda que ya de por sí está muy contracturada".

Alejandro desobedeció los consejos de su médico y desoyó la amenaza de que si no respetaba las indicaciones podía perder la pierna. Pero pudo cumplir su sueño de correr un Ironman, un triatlón de larga distancia. En abril participó por décimo tercera vez en la competencia.

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