Portada  |  22 marzo 2018

Las huertas escolares educan para el equilibrio alimentario

Las escuelas pueden contribuir mucho a los esfuerzos de los países para superar el hambre y la malnutrición a través de huertas escolares, sostienen desde la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación.

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En “Un largo camino hacia la libertad”, obra autobiográfica de Nelson Mandela publicada en 1994, el autor contó que mientras estuvo preso en Sudáfrica, cultivaba hortalizas en latas de aceite. Llegó a cuidar unas 900 plantas. ¿Necesidad o hobby? Eso no cuenta, sino el resultado: Mandela mejoró su dieta y la de otros prisioneros, incluso la nutrición de los guardias blancos.

La primera y segunda metas de los objetivos de desarrollo del Milenio para la Organización de las Naciones Unidas (ONU) son una educación y una nutrición adecuadas. Sin embargo, a casi dos décadas de esa declaración de carácter universal, la realidad de millones de niños no sólo no las alcanza, sino que ni se les acerca.

Es sabido que los niños que van hambrientos a la escuela no pueden aprender bien: su actividad física es reducida, su capacidad cognitiva está disminuida y presentan una menor resistencia a las infecciones. Su rendimiento escolar es con frecuencia escaso, y en el corto plazo suelen abandonar la escuela. A largo plazo, la malnutrición crónica disminuye el potencial del individuo y tiene efectos adversos sobre la productividad, la capacidad de generar ingresos y también sobre el desarrollo nacional.

“La alimentación de un niño en los primeros años de vida tiene un efecto profundo en su salud, así como en su habilidad para aprender, comunicarse, pensar analíticamente, socializarse efectivamente y adaptarse efectivamente a nuevos ambientes y personas”, suele subrayar el pediatra Abel Albino, creador de la Fundación Cooperativa para la Nutrición Infantil (Conin). “Una buena nutrición es la primera línea de defensa contra numerosas enfermedades infantiles que pueden dejar huellas en los niños de por vida. Cuando la alimentación no es la adecuada, el cuerpo tiene que tomar una decisión sobre cómo invertir la cantidad limitada de sustancias alimenticias disponibles. Primero está la supervivencia, luego el crecimiento y en último lugar el aprendizaje”, agrega Albino.

“Un niño desnutrido, malnutrido o poco estimulado tiene el cerebro en peligro”, advierte el neurólogo Facundo Manes, rector de la Universidad Favaloro y director del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco). “El desarrollo del cerebro, que se produce desde la gestación en el útero de la madre hasta pasados los 20 años, afronta durante ese tiempo diferentes períodos sensibles en los cuales genera nuevas conexiones. Su evolución óptima requiere los nutrientes adecuados, pero también un ambiente estimulante desde el punto de vista cognitivo y emocional, en el que exista una interacción productiva con un entorno que contribuya con su desarrollo. Cuando un niño crece en la pobreza o en la indigencia, la maduración de su cerebro puede sufrir un impacto negativo”, añade.

Una de las disertaciones más comentadas en la opinión pública -editorializó el diario La Nación a principios de marzo- fue la del doctor Juan Carlos Parodi, uno de los cardiocirujanos relevantes del país. Parodi se propuso apartarse por un momento de la especialidad sobre la que se asienta el prestigio de su nombre para elevar la mirada a una cuestión social de dimensiones estremecedoras: la cantidad de chicos argentinos que sufren, a raíz de su desnutrición en un contexto de pobreza y procreación desatinada, de bajo coeficiente intelectual, de déficit cognitivo y de plasticidad cerebral inadecuada: cuando esos chicos tengan más de cinco años de edad no habrá remedio para tales secuelas.

En Argentina, el 47,7% de los chicos son pobres, de acuerdo con el estudio "La pobreza monetaria en la niñez y la adolescencia en Argentina", que difundió el capítulo argentino del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) en junio pasado. 

Según dicho estudio, realizado en base a los datos de la Encuesta Permanente de Hogares del INDEC del cuarto trimestre de 2016, el 10,8 por ciento de la población de menores de edad en el país, alrededor de 1,3 millón de individuos, crecen en la pobreza extrema.

Por ello, organizaciones sociales alentaron en 2017 que el Congreso sancionara una Ley de Emergencia Alimentaria Nacional. El proyecto se originó a partir de un informe presentado en mayo por la agrupación Barrios de Pie, en conjunto con el Instituto de Investigación Social, Económica y Política Ciudadana (Isepci), en el que se revelaba que el 42% de los chicos que asisten a comedores en el conurbano bonaerense padecen alguna variante de malnutrición, como obesidad o sobrepeso. Lo confeccionaron en base al análisis de casi 30.000 casos en más de 560 comedores.

El proyecto de ley propone la creación del Programa Nacional de Seguridad Alimentaria y Nutricional como instrumento para garantizar la alimentación de la población más vulnerable, menor de 16 años.

Romper el ciclo de pobreza y malnutrición

Lejos del hobby y más cerca de saldar una grave necesidad, la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO es su sigla en inglés) considera que las escuelas pueden contribuir mucho a los esfuerzos de los países para superar el hambre y la malnutrición. ¿La clave? “Las huertas escolares pueden ayudar a mejorar la nutrición y la educación de los niños y de sus familias, tanto en las zonas rurales como en las urbanas”, sostienen desde la FAO.

Aunque la huerta escolar no debería ser considerada como una fuente de alimentos, rentas o ingresos, sino como una plataforma de aprendizaje que permita mejorar la nutrición, las experiencias indican que en ese sentido las huertas -ya sea escolares, familiares o comunitarias- no sólo mejoran la nutrición, sino que constituyen además una salida laboral y un ingreso familiar.

En el Manual “Crear y manejar un huerto escolar” (Roma, 2007), la FAO alienta a las escuelas a crear huertas de aprendizaje de tamaño mediano que puedan ser manejados por los mismos escolares, profesores y padres, que incluyan una variedad de hortalizas y frutas nutritivas, y ocasionalmente también pequeños animales de granja, como gallinas y conejos.

“Un sólido componente educativo en una huerta escolar asegura que los efectos trasciendan el tiempo y el lugar inmediatos y alcancen a las familias de los niños y a futuras familias”, subraya Kraisid Tontisirin, director de Nutrición y Protección del Consumidor de FAO entre 2000 y 2006.

En una huerta escolar “los alumnos pueden desarrollarse tanto física como intelectualmente”, sostiene Mahmoud Solh, director de Producción y Protección Vegetal de FAO hasta mayo de 2006 y condecorado con la Medalla del 70° Aniversario de la organización en 2016 por su contribución a la seguridad alimentaria global, alivio del hambre y la malnutrición y el manejo sustentable de los recursos naturales.

Equilibrio alimentario

El acceso a “alimentos suficientes, nutricionalmente adecuados e inocuos” se considera un derecho humano.

Una dieta variada y equilibrada es muy importante para proteger la salud y promover el adecuado crecimiento físico y el desarrollo intelectual.

Teniendo en cuenta que en Argentina el consumo de frutas y hortalizas se encuentra muy por debajo de las recomendaciones, desde junio de 2017 funciona una mesa multisectorial, coordinada por la Subsecretaría de Agricultura y la Dirección Nacional de Alimentos y Bebidas del Ministerio de Agroindustria de la Nación, para promover la incorporación diversificada de frutas y verduras a la dieta diaria.

A corto plazo, una dieta saludable ayuda a los niños y a los jóvenes a mejorar su concentración y rendimiento escolar. También reduce algunos riesgos para la salud, como la deficiencia de vitamina A, anemias y otras deficiencias de micronutrientes.

Una dieta saludable durante la niñez, además, puede ayudar a minimizar enfermedades y a disminuir el riesgo de enfermedades crónicas en la madurez, esencial para el futuro de cualquier país.

Foto: Gentileza FAO

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Informe: Gabriela Cerioli

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