Portada  |  08 agosto 2017

La historia del médico argentino que salva vidas en medio del conflicto sirio

Alejandro Roisentul emigró de la Argentina con su familia y trabaja en el hospital más importante de Safed, en Israel. Cura las heridas de pacientes que llegan desde Siria, asediada por la guerra y las bombas.

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Crónica de Guillermo Panizza | @guillepanizza

Viajamos al norte. Las autopistas, modernas y seguras se transforman en rutas y caminos de una mano. Llegamos al hospital más importante de Safed, una ciudad bíblica de Israel en el norte del país, ubicada a apenas 11 kilómetros de El Líbano, a 50 de Jordania, y a 30 de Siria, donde actualmente se enfrentan los grupos rebeldes y el ejército regular de Bashar Al-Assad. Alejandro, de 52 años, arriba con algo de demora a la entrevista. Atendía a un paciente, como todos los días de su vida desde hace 28 años.

"El trabajo es terriblemente duro aquí, atendemos a una población aproximada de 250 mil personas, que puede crecer en época de vacaciones, de distintas religiones y nacionalidades. Pero lo que más nos moviliza es la atención que le brindamos a los ciudadanos sirios que escapan del enfrentamiento civil en su país y llegan casi muertos a este hospital", dice este médico odontólogo egresado de la UBA especializado en cirugía maxilofacial, que extraña el asado y emigró de la Argentina con Juliana, su esposa, en busca de nuevas experiencias.

Dice que de a poco se convenció que iba a adoptar a esta ciudad de frontera como su lugar en el mundo, a pesar del riesgo permanente de vivir en una zona de guerra, con bombardeos constantes en el pico máximo de tensión con los países enemigos. Cuando se le pregunta por qué manifiesta su vocación de servicio tan lejos de su país, Alejandro asegura que asume con convicción la misión de curar a los pacientes que muchas veces llegan al límite con Israel "en burro, a pie o son llevados por algún familiar que los dejan allí para que sean trasladados al hospital por las fuerzas de seguridad israelíes", cuenta. "Para nosotros son NN porque no tienen documentos, no tienen pasaporte ni visas. No nos hacen preguntas porque nos tienen miedo y llegan con prejuicios, en silencio. Somos los médicos de un país enemigo. Para ellos, somos el diablo que los atiende, inclusive vienen mujeres a tener sus hijos acá, porque en Siria desde 2011 no tienen médicos ni dónde atenderse, es una matanza permanente la que tienen que vivir".

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Recuerda Alejandro que en la guerra de 2013 y en las acciones bélicas con El Líbano en 2006 llegaron a caer más de 100 misiles por día y todavía, en aquellos años, no contaban con bunkers ni cuartos de seguridad, obligatorios para las construcciones nuevas en todo el diminuto territorio israelí. "Fueron momentos muy duros, de replanteos y temor, pero siempre estuve seguro de hacer mi tarea donde corresponde, acá". Es un hospital con 1.300 empleados de todas las religiones, donde Alejandro debió quedarse durante lo peor del conflicto. Su esposa e hijos habián quedado a resguardo en Tel Aviv.

A los refugiados heridos, además de la atención médica, se les brinda ropa y comida. "La medicina no tiene fronteras", señala mientras nos conduce a una sala de internación donde dos víctimas de la guerra siria nos van a intentar transmitir su sufrimiento, visible en una mirada triste y perdida. Se trata de un joven estudiante de derecho de 26 años que peleó como rebelde en su país y ahora sólo desea reencontrarse con su familia, desperdigada en distintos países de Europa, sin tener idea exacta de su paradero. A su lado, un compatriota de 33 años, verdulero de oficio, intenta reponerse cumpliendo un estricto tratamiento que permita curarlo de las heridas provocadas por las esquirlas de una bomba. Issa Fares, un asistente social de origen árabe, oficia de traductor dentro de un cuarto donde predomina un silencio tenso. "Ellos tardaron mucho en confiar en nosotros, pero día a día se dan cuenta que su vida puede ser un poco mejor".

Alejandro no puede evitar la emoción cuando comparte, de regreso en su oficina, el video que el ex ministro Shimon Peres le grabó al personal del hospital antes de su muerte como manera de reconocimiento y homenaje a la titánica tarea que deben enfrentar cada día y agrega: "Los casos que más nos conmueven son los de los chicos mutilados o en riesgo de perder sus miembros, ellos son tratados para que pueden recuperar la capacidad de movilidad, les colocamos prótesis que son donadas por entidades privadas".

Unos 1.500 civiles sirios fueron tratados en el hospital de Safed, cuenta Alejandro, padre de tres hijos de 27, 23 y 21 años, que, según relata, comprenden y apoyan permanentemente la misión de su papá, quien primero realizó una práctica médica en un hospital cercano al Mar de Galilea, un enorme lago del que se suele tomar agua como símbolo de purificación. Y si de milagros se trata, frente a nuestros ojos, la vida parece imponerse ante la muerte. En historias personales y humanas como la de los médicos de este hospital y la de Alejandro, el argentino que cura las heridas de la guerra, muy lejos de su Buenos Aires, natal y querida.

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